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Actualizado: 29 de octubre de 2025
Otras mañanas, cuando Luis Dupont no sentía deseos de conversar con el capataz, entrábase en la casa buscando a María de la Luz, que trabajaba en la cocina. La alegría de la muchacha, la frescura de su piel de morena fuerte, producían en el señorito cierta emoción. La castidad voluntaria que observaba en su retiro, le hacían ver considerablemente agrandados los encantos de la campesina.
Por los ribazos laterales, con un brazo en la cesta y el otro balanceante, pasaban los interminables cordones de cigarreras é hilanderas de seda, toda la virginidad de la huerta, que iban á trabajar en las fábricas, dejando con el revoloteo de sus faldas una estela de castidad ruda y áspera. Esparcíase por los campos la bendición de Dios.
A ser ella interesada o de temperamento fácilmente inflamable, pronto hubiera sucumbido: su salvación estuvo, por entonces, en que ni la deslumbraba el brillo del oro, ni la imaginación se le exaltaba hasta poner en peligro su castidad; antes al contrario, aquella larga serie de acometidas bruscas, en que sin poesía ni delicadeza trataron de comprar barata su belleza, concluyó por darle asco.
Tenía fama de santo; era un joven que predicaba moralidad, castidad, sobre todo a los curas de la comarca, y predicaba con el ejemplo.
Cuando los enfermos sanaban por milagro solamente, tenían razón de ser y no existían la higiene y la terapéutica, que estaban condenadas por la Iglesia en defensa de la castidad y de la taumaturgia respectivamente; la mortalidad igualaba a la natalidad y el crecimiento vegetativo de las poblaciones era nulo o insignificante, estando la salud de los vivos encomendada a la voluntad de los muertos en la heroicidad o la santidad.
Al verse Cristeta sola en la suya y cerrada la puerta, comprendió que había triunfado, mejor dicho, que se había vencido a sí misma. ¡Triunfo efímero y pobre vencimiento que dejaron su imaginación poblada de dudas!; porque aquella aparente victoria, aquel momentáneo éxito de castidad, era pan para hoy y hambre para mañana.
Cristeta era el mejor libro de amor que él había leído, el volumen cuyas páginas le proporcionaron goces a la vez más intensos y más plácidos, el más original y nuevo, pues era texto escrito con admirable ingenuidad, y ejemplar por nadie manoseado: ¡ni siquiera tenía cortadas las hojas! ¡Qué prólogo tan deleitoso y lleno de promesas! ¡Qué capítulos tan impregnados de sincera pasión! ¡Cómo, párrafo tras párrafo, había ido viendo al amor quedar victorioso de la castidad!... Quien leyese luego todo aquello, ¿sería capaz de apreciarlo?
Me contento entonces con que ustedes me paguen de boquilla, replicó alegremente Simoun; usted, P. Sibyla, en vez de darme cinco tantos me dirá, por ejemplo: renuncio por cinco días á la pobreza, á la humildad, á la obediencia... usted; P. Irene: renuncio á la castidad, á la largueza, etc. ¡Ya ven que es poca cosa y yo doy mis brillantes!
Bajo los rasgos de lápiz azulado con que se agrandaba los ojos brillaba perpetua humedad de lágrimas. ¿Qué habría en su alma? ¿Laxitud de pecadora cansada o nostalgia de castidad atropellada? ¿Marcela? Guapísima, juguetona, sensual, elegante, mimosa y zalamera hasta el punto de aparentar que se entregaba ilusionada; pero... la codicia en persona.
Mayor es aún el número de personajes de esta especie en el Auto de los triunfos de Petrarca á lo divino. Alternan en su diálogo la Razón, la Sensibilidad, el Amor, David, Adán, Sansón, Salomón, la Castidad, Cuatro doncellas, la Muerte, Abraham, Absalón, Alejandro, Hércules, los cuatro Evangelistas, las cuatro Estaciones del año, Jesucristo, etc.
Palabra del Dia
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