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Actualizado: 29 de octubre de 2025


Tal vez en este aislamiento huraño, guardador de la inocencia, les ocurría lo que á ciertos escritores de la Iglesia que, atenaceados por la castidad, describían placeres inauditos, aberraciones monstruosas que nunca habían existido, abriendo con esto nuevos horizontes á la desmoralización. ¿De qué le servía á la villa ser tan hermosa?

Era el alma heroica y maldita de la familia. Las antiguas damas de la casa no mencionaban jamás su nombre, y al escucharlo bajaban los ojos y enrojecían. Guerrero de la Iglesia, santo caballero que había pronunciado voto de castidad al entrar en la Orden, llevaba siempre mujeres en su galera.

Siguió adelante la ofendida señora, pero a los pocos pasos la detuvo el escándalo que estalló a su espalda. Sonó una bofetada y la voz de Visanteta gritando a todo pulmón: «¡Tío morra!», repitiendo la frase un sinnúmero de veces con la furia de una virtud salvaje que quiere enterar a todo el mundo de su ruda castidad.

Otro efecto de su ardiente celo religioso era la aversión que le inspiraban los hombres, en quienes veía otras tantas encarnaciones del espíritu maligno y añagazas del pecado. Su castidad arisca se sublevaba á la menor insinuación, se ofendía de una simple sonrisa.

Toda la castidad de doña Cristina, su horror á la carne vil, se revolvió al contacto de aquel papel. No quiso verlo más y lo abandonó en el mismo sitio donde lo había encontrado. Sabía lo necesario: su marido tenía una amante: tal vez por esto pasaba tanto tiempo fuera de Bilbao...

Sostenía el Condesito que doña Beatriz era la discreción personificada, que su conversación tenía un atractivo irresistible, y que su honra y su castidad estaban por encima de toda sospecha. Así era que él no se tomaba trabajo alguno para disimular, y hablaba con doña Beatriz aparte, y horas enteras, en casa de Rosita.

»Usted, que adora a su hija, sabe de sobra que cuando se ama a Magdalena es para siempre. »¿Acaso sería posible dejar de amarla? Fuera insensato quien tal imaginara. Verla, contemplar su hermosura, y los inmensos tesoros de bondad y de fe, de amor y castidad, que encierra su alma equivale a quedar subyugado, confesando que no hay en el mundo mujer que se le iguale.

De tal modo se sutilizaron los sentimientos del joven Rubín con aquel extraordinario amor, que este le inspiraba no sólo las buenas acciones, el entusiasmo y la abnegación, sino también la delicadeza llevada hasta la castidad. Su naturaleza pobre no tenía exigencias; su espíritu las tenía grandes, y estas eran las que más le apremiaban.

, padre. ¿Exorcista y lector después? , padre. Y obediente y piadoso como un hermano profeso, pero nunca has hecho voto de castidad. ¿No es cierto? Así es, padre mío. Pues nada te impide entrar en el mundo y vivir en él tan libremente como el que nunca ha pisado el claustro.

Palabra del Dia

mármor

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