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Más adelante comunicó tal propósito a su director espiritual, que la felicitó; también hizo voto de castidad y ya no quiso ocuparse sino de los trabajos que se impusiera como Hija de María. Cuando su padre murió, Zoraida cumplía diez y siete años; su decisión se hizo más ardiente que nunca. Fue preciso que Eduardo interviniera acerca del confesor.

¡Calle usted! murmuró suplicante. Me da vergüenza oír hablar de aquellos tiempos. ¿Por qué? replicó Delaberge, extrañado de una tan extremosa castidad. En nuestra edad, señora, ya no hay peligro alguno... Y además, si cometimos en otros tiempos el error de ser demasiado jóvenes, fue aquello un pecado del que ya no queda hoy el menor rastro.

Respondí con un gesto desdeñoso; pero en realidad me puso inquieto la noticia. ¿Esas monjas hacen voto de castidad para siempre? No, señor; los renuevan cada cuatro años. ¡Toma! Pues ya yo de una que al tocar a renovar va a decir ¡hasta luego! No quise recoger la alusión, y encaucé la conversación por otros sitios. Cuando quedé solo después de esta plática, me sentí fuertemente desasosegado.

No hay que arrepentirse de haber seguido el impulso del corazón. Dios nos hizo a su imagen y semejanza, y por algo nos puso el sentimiento de la familia. Lo demás, castidad, celibato y otras zarandajas, lo inventaron ustedes para distinguirse del común de las gentes. Sea usted hombre, don Sebastián, que cuanto más lo sea, resultará más bueno y mejor lo acogerá el Señor en su gloria.

Veíala aparecer en uno de los balcones de la antigua casa en que vivía o asomado el rostro risueño y sonrosado detrás de los cristales; linda como nunca, llena de juventud, perfumada de gracia y de castidad.

Pero al fin don Álvaro que había triunfado de lo más, triunfó de lo menos: llegó a comprender Ana que era imposible, y tal vez ridículo, negarse a recibir en su alcoba a un hombre a quien se había entregado ella por completo. Mucho valía la castidad del lecho nupcial, o ex-nupcial mejor dicho, pero ¿no valía más la castidad de la esposa misma?

Pues qué, ¿se quiere que la probidad se pague con palacios, y la castidad con diamantes y trenes? Entonces los mayores galopines se harían probos para vivir a lo príncipe, y las suripantas echarían la zancadilla a Lucrecia y a Susana, a fin de conseguir por ese medio lo que por el opuesto logran ahora. La verdad es que el mundo anda menos mal de lo que se cree.

En vista de lo cual doña Inés aconsejó a Juanita que desconfiase de sus bríos y que no se juzgase muy aprovechada y segura de su poder sobre la plebe sediciosa ni muy adelantada en el camino de la perfección, pues aunque siguiese el camino, bien podían estar emboscados cerca de él y salirle al encuentro ladrones, que intentasen robarle la joya de la castidad.

Sobre todo lo que acaeció en la primera noche de novios, verdadero o inventado, era muy gracioso y digno de figurar en una novela de Paul de Kok. Durante el matrimonio esta virtud de la castidad templose un poco. Casi parece excusado decirlo. Mas luego que quedó viuda volvió a exacerbarse de modo notable. Sobre todo, en los últimos años adquirió aspecto de locura.

«Una mirada así se dijo en aquel instante , sólo puede tenerla una extranjera que sea además artista. ¡Qué modestia en el atrevimiento, qué castidad en la osadía! ¡Qué inocente descaro, qué cándida coquetería!...».