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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Comprendiendo, sin embargo, con profunda intuición, el sublime destino que el cielo le había designado, cantaba, como los vates y semidioses de la antigüedad, todo lo que se ofrecía a su vista, la paz y la guerra, la democracia y los señoríos, la religión y el libre pensamiento.

Aquella raza aparte, sentía una afición loca por la música: cantaba en todos los momentos de su vida, y sus cantos tenían la tristeza melancólica del paisaje; pero la emoción era de labios afuera, un sentimentalismo exterior que se perdía en el aire. No, nena dijo el amante. Es tu alma entera lo que pones, sin saberlo, en tu voz.

Una voz de mujer cantaba el amor, la única verdad y la mentira más grande de nuestra vida... ¡Pobre vida, que no puede marchar por sus propias fuerzas y necesita el apoyo de la ilusión! Dos días antes de llegar a Buenos Aires, el Goethe empezó a remozarse. Trabajaba la marinería de sol a sol bajo la mirada escrutadora de los oficiales.

¿Qué enorme catástrofe de alma te engendró aquella gran sed, monstruosa y suicida? Una sirena encantadora cantaba en el fondo del vaso y no querías oír sino su voz emponzoñada de trágica Loreley. Y allí te esperaba la Muerte, la marioneta descarnada, todo blancura y piruetas, como la Colombina de tus fiestas galantes.

Entonces, recogiéndose apenas la falda con ambas manos, y mirándose ella misma los pies, púsose a repicar sobre el tapiz oriental un loco chapineo, tan recogido que hubiese podido bailarlo en un plato. Ella cantaba: Pisaré yo el polvico tan a menudico, y los que estaban en la tarima contestaban a un tiempo, al son de las guitarras: Pisaré yo el polvó tan a menudó.

Pero en un rincón había uno que no hablaba ni cantaba, y era Pablo, el envidioso, el paliducho, el desorejado, que no podía ver a su hermano feliz, y se fue al bosque para no oír ni ver, y en el bosque murió, porque los osos se lo comieron en la noche oscura.

Don Ramón no sabía la letra sino a medias, pero lo cantaba con el mismo entusiasmo que si la supiera. Empezaba siempre: Il sogno beato De pace e contento Ti, ro, ri, ra, ri, ro, Ti, ro, ri, ra, ri, ro. Necesitaba seguir tarareando hasta llegar a otros dos versos que decían: La dolce memoria De un tenero amore. Sobre los cuales se apoyaba sin cesar hasta concluir el allegro. ¡Hola!

Pero entonces puse atención, y vi adelgazarse su rostro cada vez más, de día en día borrarse los colores de sus mejillas, y hundírsele los ojos más profundamente. Ya no cantaba, y su risa tenía una entonación de cansancio y velada, tan particular que me hacía sufrir al oírla, y más de una vez estuve a punto de gritarle: «¡No te rías

-Ya lo oímos, señor -respondió Dorotea. Y, con esto, se fue Cardenio; y Dorotea, poniendo toda la atención posible, entendió que lo que se cantaba era esto: -Marinero soy de amor, y en su piélago profundo navego sin esperanza de llegar a puerto alguno. Siguiendo voy a una estrella que desde lejos descubro, más bella y resplandeciente que cuantas vio Palinuro.

En uno de los grupos, con las piernas encogidas, las espaldas dobladas y la pipa en los labios, se encontraban Materne y sus dos hijos. De vez en cuando, Luisa aparecía en la puerta de la granja, y en seguida entraba de nuevo para recomenzar la labor. Un apuesto gallo escarbaba en el estiércol y cantaba con voz ronca; dos o tres gallinas se paseaban entre la maleza.

Palabra del Dia

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