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Actualizado: 4 de junio de 2025
Además, el Vara de plata, conociendo su estado, le reservaba el trabajo menos penoso: colocaría tornillos y clavijas, alinearía los candelabros de la escalinata, arreglaría los tapices; confiaban en él como hombre de buen gusto que había visto mucho en sus viajes. Gabriel trabajó dos semanas en el Monumento. Este período de relativa actividad pareció causarle cierto bienestar.
Al llegar al piso principal un criado se acercó a recogerle la capa y el sombrero. Y sin aguardar más, como si alguien le persiguiera, lanzose con presurosa planta a la puerta del salón y la abrió. La viva luz de las arañas y candelabros le ofuscó un instante.
El atril del piano sostenía un grueso y manoseado tomo de melodías de Schubert, y de uno de sus candelabros colgaba, suspendido por el elástico de goma, un precioso sombrerillo de raso pálido, con plumas coquetamente rizadas y anchas cintas de seda algo ajadas en el sitio donde se formaba el lazo.
Ni aun sintió el peso de Bringas inclinando el colchón. Al despertar, el primer pensamiento de la ilustre dama fue para los candelabros prisioneros. ¿Qué tal te encuentras? Me parece dijo el esposo dando un gran suspiro , que no voy tan bien como esperaba. Estoy desvelado desde las cuatro. He oído todas las horas, las medias y los cuartos.
D.ª Eloisa, la madrina del nuevo presbítero, y las damas que la habían secundado en la noble empresa de darle carrera, habían añadido algunos pormenores delicados al adorno tosco y rutinario del sacristán. Grandes macetas de flores colocadas en artísticos floreros sacados de las mejores casas de la villa, algunas cortinas de damasco formando pabellón sobre los altares, candelabros, arañas.
El buen humor, empujado por el vino, comenzaba a hacer de las suyas: las dos mujeres, menos acostumbradas a la bebida, decían mil atrevidos disparates; Damián y Luis hablaban como en el café, contando cuentos verdes; por último, Casilda, algo alegrilla y deseosa de desplegar lujo, encendió todas las bujías de dos candelabros que adornaban la chimenea.
No exageraba el poeta, porque realmente á la luz de las lámparas y candelabros, velada por la neblina de los aromas, debia parecer aquella rica techumbre lo que en enérgico lenguaje vulgar llamamos una ascua de oro.
Y como hombre habituado al aspecto imponente de la catedral abandonada, metíase en la sacristía como si fuese su casa, abriendo la cesta de la cena sobre los cajones y alineando los comestibles entre candelabros y crucifijos. Gabriel vagaba por el templo.
Entonces caía anonadado, sudoroso, sobre una poltrona y murmuraba en el silencio del cuarto, en donde las velas que ardían en los bruñidos candelabros de plata prestaban tonos sangrientos a los rojos damascos: ¡Es preciso matar a este muerto!
Palabra del Dia
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