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Actualizado: 4 de junio de 2025


Los sillones de oro y sedas estaban removidos, como recordando aún los corrillos de que fueron asiento; los cristales, velados por el polvo de una noche de continuo movimiento; olvidado sobre una butaca un abanico; las bujías de los candelabros, apuradas hasta gotear sobre el terciopelo y el mármol que cubría las consolas, habían hecho saltar con su llama espirante alguna de las arandelas de cristal.

Era frecuente encontrarla en la calle llevando y trayendo floreros y candelabros para adornar los altares, y en vísperas de las grandes fiestas no volvía á salir de la iglesia ni para comer, afanada como una hormiga en los preparativos de la solemnidad. Pero así gozaba después, extasiándose en la contemplación del churrigueresco hacinamiento de muselinas, flores de mano y papel dorado.

No siendo quizás bastante el producto de los candelabros para allegar la cantidad que necesitaba, pues además del dinero de Torres, le hacía falta el del segundo plazo de Sobrino Hermanos, dispuso unir a las mencionadas piezas de plata los tornillos de brillantes que en las orejas llevaba, donativo de Agustín Caballero.

Centenares de luces brillaban en dorados candelabros, reflejándose en mil chispas de varios colores sobre los vasos tallados y los vistosos jarros llenos de flores y frutas. El mismo desorden que allí había, como en todo lo perteneciente a lord Gray, hacía más deslumbradora la extraña perspectiva del preparado festín. Al fin, mostrando impaciencia, dijo el inglés: Ya no pueden tardar.

A la grandiosidad del edificio, no desmerece la suntuosidad y riqueza de los ornamentos que guarda, y la solemnidad con que en ella se practica el culto y se hacen las funciones religiosas. Lámparas de plata, pesados candelabros, riquísimos altares, moquetas, damascos, bronces y dorados se ven en el espacioso presbiterio.

La idea de Hong Kong despertó en su mente un recuerdo, una historia de frontales, ciriales y candelabros de plata pura que la piedad de los fieles había regalado á cierta iglesia; los frailes, contaba un platero, habían mandado hacer en Hong Kong otros frontales, ciriales y candelabros enteramente iguales, pero de plata Ruolz, con que sustituyeron los verdaderos que mandaron acuñar y convertir en pesos mejicanos.

Una noche próxima al día de una elección, según creo, se reunieron en casa de mis tíos aquellos hombres que yo consideraba providenciales. Desde temprano se habían encendido todas las arañas y candelabros del salón, y yo, ardiendo de curiosidad, hice todo lo posible por ser espectador lejano, desde la antesala, de aquella notable asamblea.

Veamos lo que sucede con el movimiento del ojo: al paso que la columna se proyecta en un punto diferente de la pared, se altera la posicion de todos los demás objetos; las otras columnas, los candelabros, los quinqués, todo se proyecta en puntos diferentes: hay un cambio total de posicion en todos los objetos.

En medio de la sala, sobre un magnífico lecho rodeado de gigantescos candelabros de bronce dorado con blandones, estaba el cadáver, humildemente amortajado con un sayal ceniciento de la orden de San Francisco y la cabeza rodeada de una toca blanca. A los cuatro ángulos del lecho había cuatro lacayos de gran librea, inmóviles como estatuas, y con blandones amarillos en las manos.

El tal mostrador había desaparecido bajo un mantel lleno de puntillas. Dos candelabros con cirios crepitaban en la mañana esplendorosa sus luces incoloras y sin fuego; un crucifijo de porcelana ocupaba el centro. Ante el altar improvisado erguíase el obispo, cubierto con una casulla de oro y albas vestiduras que aún guardaban los pliegues del encierro en la maleta.

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