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Actualizado: 26 de junio de 2025


La alegría de las recientes noticias volvió escéptico a Febrer. «Nadie se muere de amorLe costaría un gran esfuerzo abandonar aquella tierra al día siguiente; experimentaría honda tristeza al perder de vista la blancura africana de Can Mallorquí.

¡Talmente son judíos! ¡Como tales judíos obran, cerrando su puerta a los pobres y echándolos al camino! ¡Las migajas de su mesa se las dan a los canes! ¡La suerte de un pobre es más triste que la de un can! ¡Porque un pobre sabe resignarse, y un can rabia! Se abre un postigo en el gran portón de la casona, y uno a uno van saliendo los criados: La Roja, Don Galán, La Recogida.

Será un caminante extraviado. Será algún can sin dueño. ¿Este pinar, es el Pinar del Rey? Así le dicen... Mas agora es de nosotros, los que aquí nos procuramos guarida en una noche tan fiera. ¿Habrá sitio para ? ¡Y holgado! ¿La campana que tocaba poco hace, era la de András? La campana choca de András. El Caballero se guarece con aquellos mendigos que van en caravana a una romería.

Jaime hizo un gesto de extrañeza, prestando mayor atención a las palabras de Pep. Este se expresó con cierta timidez, embarullándose en sus palabras. Los almendros eran la mejor riqueza de Can Mallorquí. El año anterior la cosecha había sido buena, y éste no se presentaba mal. Se vendía a buen precio a los patrones, que la embarcaban para Palma y Barcelona.

Un honor para la parroquia de que ella era hija. ¡Ingenua y graciosa Margalida! Febrer gustaba de hablar con ella, gozándose en el asombro que sus relatos de otras tierras y sus bromas, dichas con gesto grave, despertaban en su alma simple... No tardaría en traerle la comida. Hacía media hora que una columna tenue de humo flotaba sobre la chimenea de Can Mallorquí.

Buscó en una bolsa otros cartuchos e introdujo dos en el doble cañón, guardándose los demás en los bolsillos. Eran con bala. ¡Caza mayor!... Colgóse la escopeta de un hombro y bajó la escalera de la torre silbando y con paso arrogante, como si su resolución le llenase de alegría. Al pasar cerca de Can Mallorquí, el perro salió a su encuentro con ladridos de regocijo.

Usted no va a cultivar los campos, usted se llevará a Margalida, y el viejo, no teniendo a quién dejar Can Mallorquí, me permitirá que sea labrador, que me case, y ¡adiós capellanía!... Le digo a usted, don Jaime, que usted se la lleva. Aquí estoy yo, el Capellanet, para pelearme con media isla en su defensa.

Un perro vivaracho y pequeño, descarado, ratonero, de éstos que pasean su vanidad por las calles de Madrid, se acercó al can melancólico, y le dió una embestida con el hocico. Batilo era muy tímido; pero sintiendo herido su amor propio, ladró. El ratonero, que no deseaba sino provocación, ladró también, atreviéndose á dar un mordisco al pobre faldero.

La noche había sido de emociones en Can Mallorquí. Pep había dado de palos a su hijo: lo quiso matar, ciego de ira, teniendo que interponerse entre los dos Margalida y su madre. La sonrisa del atlot había vuelto a reaparecer. Hablaba con orgullo de los palos que llevaba recibidos sin que le arrancasen un grito.

Lo importante era que Margalida conociese lo que tantas veces había pensado él vagamente en el aislamiento de la torre, sin poder dar forma precisa a sus deseos. Continuó lentamente su camino, para no alcanzar a la familia de Can Mallorquí. Margalida se había reunido con su madre y su hermano. Los vio desde una altura, cuando el grupo caminaba ya por el valle con dirección a la alquería.

Palabra del Dia

rigoleto

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