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Actualizado: 26 de junio de 2025
Este galanteo nada tenía de extraordinario dentro de las costumbres de la isla, pero no obstante, producía en Febrer sorda cólera, como si viese en él un atentado y un despojo. La invasión de Can Mallorquí por la atloteria bravucona y enamorada mirábala como un insulto.
Cedí y ordené a Sa-Tó que fuese a proponer a la turba una copiosa distribución de oro, si ella consentía en regresar a sus casas y respetar en nosotros a los huéspedes enviados por Buda. Sa-Tó subió a la escalera de la galería, todo tembloroso, y empezó a arengar a la multitud, braceando, lanzando las palabras con la violencia de un can que ladra.
Enarcamiento de cejas, mirada entre apática y curiosa, respuesta ambigua en dialecto: La carrerita de un can.... ¡Estamos frescos!, pensó el viajero, que si no acertaba a calcular lo que anda un can en una carrera, barruntaba que debe ser bastante para un caballo. En fin, en llegando al crucero vería los Pazos de Ulloa..... Todo se le volvía buscar el atajo, a la derecha..... Ni señales.
Iban a venir hasta de San Juan, al otro extremo de la isla, el pueblo de los hombres valientes, donde muchos evitaban salir de su casa apenas cerraba la noche, sabiendo que cada ribazo servía de sostén a una pistola y cada árbol de guarida a una escopeta, y todos esperaban pacientemente la satisfacción de un agravio recibido muchos años antes; la patria de las temibles «fieras de San Juan». Juntos con estos personajes vendrían otros de los demás cuartones, y muchos tendrían que caminar leguas para llegar a Can Mallorquí.
Ni fue el último, porque más adelante, en un sembrado, aún levantó el can un bando tan numeroso, tan próximo, y que salía tan a tiro, que era casi imposible no tumbar dos o tres perdices disparando a bulto. Otra vez hizo fuego Julián. El perdiguero ladraba de entusiasmo y de gozo.... Mas ninguna perdiz cayó.
Anoche se hablaba de su llegada en todas las casas decentes y no hubo señor que no prometiese abstenerse de todo trato con ella. Si cree que Alcira es como esas tierras donde se baila el can can y no hay vergüenza, se lleva chasco. Don Andrés se reía con una expresión de perro viejo. Sí; ¡hijos míos! se lleva chasco. Aquí hay mucha moral, y sobre todo, mucho miedo al escándalo.
V. á Wernsdorf, De orig. solemn. natal. Chr. ex festivitate Natalis Invicti, Viteberg, 1757, IV. August., Serm. V de Calend., Jan., Opp., tomo X, págs. 621 y siguientes. Tertul., De idolatría, cap. 14. Cons. á Bingham, Antiq. Chr., vol. IX, págs. 6-8. Conc. Ant Isidor., can. 1. Turon. II, a. 576, can. 17. Roman., a. 744, can. 7. Concil. Trullanum. d. a. 692, can. 62.
Fué siempre su humor caprichoso y fantástico y por él se había dejado arrastrar á simpatías injustificadas y á antipatías más injustificadas aún que ocasionaran no pocos disgustos en la casa. Pero con la edad, pues era ya un viejo can, este humor se había exacerbado de modo increíble. Sus manías se habían convertido en verdaderas chocheces. En el pueblo se murmuraba bastante de él.
Parecía Febrer un hijo verdadero de la isla... Luego, ablandado por la admiración que le inspiraba la energía de don Jaime, le propuso otro arreglo. Ya que el señor no quería compañía en su torre, podía bajar a dormir en Can Mallorquí. Una cama se la improvisarían en cualquier parte.
Así no podrían decir aquellos atlots sin más horizonte que el de la isla, que era un desesperado ansioso de unirse con la familia de Pep para recuperar las tierras de Can Mallorquí. ¿Por qué se asombraba tanto el payés de que él pretendiese a Margalida?
Palabra del Dia
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