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Actualizado: 22 de junio de 2025
Vense no más que agudos picos, campanarios excéntricos, espantosas y negras mamilas, dientes atroces de tres puntas, y toda esa masa de lava, de basalto, de fundiciones de fuego, está coronada de lúgubre nieve.
Derribarlas quieren, con feroz piqueta... ¡Arrancarte el blasón regio! ¡De tan torpe sacrilegio protesto como poeta! Al mirar la majestad de tu encastillado busto, se presiente algo de augusto que ha quedado de otra edad. La impiedad no quitará en sus conjuros y esfuerzos extraordinarios, la cruz de tus campanarios, ni la piedra de tus muros.
Los curas se llevaron casi todo lo mío continuó Alicia . Tal vez para cobrar comisiones, sugerían á mamá los gastos más absurdos. Numerosos campanarios repicaban en los dos hemisferios gracias á doña Mercedes. Una fundición de campanas trabajaba únicamente para sus regalos. Además, se sentía arrastrada, por una especie de debilidad amorosa, hacia todos los bienaventurados desprovistos de renombre.
Altos y elegantes chopos ceñían las bien cultivadas llanuras, verdes e iguales, a manera de un collar de esmeraldas. De entre el blanco y limpio caserío se destacaban las torres de los campanarios. Lucía se signaba al verlas. Al pasar por delante de Vitoria un recuerdo acudió a su mente. Se lo trajeron las largas alamedas que adornan y cercan la ciudad.
Antes de partir para aquella segunda etapa de nuestro viaje, miramos por el ventanón el hermoso panorama de la Plaza de Oriente y la parte de Madrid que desde allí se descubre, con más de cincuenta cúpulas, espadañas y campanarios.
La música de los campanarios caía sobre la ciudad en frescas oleadas y se difundía por el valle, a manera de río desbordado que quisiera escaparse por los barrancos. Allí se detenía un instante, y luego como que se levantaba ansiosa de volver a las alturas, para remontarse a los cielos en pos de los astros que iban palideciendo y borrándose en la ténue claridad del crepúsculo.
La ciudad era de color rosa, v sobre ella se erguían los campanarios de varias iglesias con cúpulas de azulejos. Cuatro torres radiográficas marcaban en el espacio las líneas de su cuerpo casi inmaterial, dejando ver el cielo a través del férreo tramaje.
En el Perú, el año de 1605, en la Ciudad de los Reyes. Es una noche de fines de octubre. La ciudad duerme bajo el brillo de las constelaciones y sus campanarios se levantan, aquí y allá, más obscuros que la sombra. Luciérnagas y cocuyos enciéndense a millares encima de los huertos y atraviesan los árboles tenebrosos.
Poco a poco fueron enrojeciéndose las paredes de los altos campanarios, los ruidos se hicieron más perceptibles a través del aire algo más húmedo, anchas franjas de fuego se formaron sobre el ocaso hacia el lado en donde se alzaban por encima de las casas los mástiles de los barcos amarrados a la orilla del río.
Cuando llegábamos á bordo del vapor que nos condujo desde Alpenach eran las once de la mañana, y bajo un cielo lleno de esplendor brillaban bajo el rayo casi perpendicular del sol el lago y el rio, sus muelles y puentes, los grandes y bellos edificios modernos que dominan un ancho malecon en escuadra, los campanarios de la catedral y otras iglesias, y las numerosas torres feudales y bastiones de las murallas almenadas que rodean la ciudad.
Palabra del Dia
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