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Actualizado: 14 de noviembre de 2025


La luz de los reverberos incrustados en el techo de las dos calles iluminaba de alto a abajo a los paseantes, sin que sus cuerpos proyectasen sombra en el suelo. Caminaban apresuradamente, con una movilidad de bestias enjauladas, lo mismo que se camina en los colegios, los conventos y los presidios, buscando suplir con la rapidez de la locomoción lo limitado del espacio.

Los había que caminaban tres horas a la ida y otras tantas a la vuelta, yendo de un extremo a otro de la isla, los jueves y sábados, días de cortejo, para hablar tres minutos con una atlota. Sentábanse en el verano en el porchu, especie de zaguán de la alquería, o entraban en la cocina si era invierno. Inmóvil en un poyo de piedra les esperaba la muchacha.

Y cogiendo a su hermano en brazos como si fuera un chico lo metió en el coche y detrás se introdujo él. El cochero arreó a la bestia y el carruaje se deslizó velozmente y sin ruido sobre la nieve. Mientras caminaban, Santiago teniendo siempre abrazado al pobre ciego, le contó rápidamente su vida.

Hubo un largo silencio mientras caminaban lentamente la vuelta de casa precedidos y seguidos de otros grupos. No te vayas á figurar que á me importa ya nada de ese tío profirió ella al cabo. No me figuro nada respondió secamente Velázquez.

Sólo los grupos de los aficionados sostenían el entusiasmo palmoteando, aclamando a sus respectivos ídolos y entablando disputas ruidosas. La salida de la plaza era lenta, desmayada, contrastando con la llegada, ruidosa como una invasión. Todos parecían cansados y caminaban con cierta lentitud y ensimismamiento, como el que acaba de ser víctima de un engaño o ve defraudadas sus ilusiones.

Ricardo y Marta continuaron avanzando hacia el agua lentamente, dominados por el respeto y la admiración. Según caminaban, la arena se iba haciendo más blanda; las huellas de sus pies se llenaban inmediatamente de agua. Al acercarse, observaron que las olas crecían y que sus volutas retorcidas en el momento de desplomarse los taparían si se pusiesen debajo.

Otros se dejaban empujar tendidos en los carritos que habían servido muchas veces para conducir los enfermos piadosos desde la estación á la gruta de la Virgen. Algunos caminaban á ciegas, con los ojos vendados, junto á un niño ó una enfermera.

Mientras te vuelves a casa, yo los seguiré. No le dije. Caminaré un poco contigo. Estoy interesado en este juego, y levantándome también, introduje mi brazo en el suyo y emprendí la marcha apoyado en mi bastón. Caminaban muy juntos, embargados en una animada conversación.

Delante de él, que volvía solo por la calle sombría adelante, solo entre la muchedumbre de sus amigos y amigas, distinguió dos bultos que caminaban muy juntos, cogidos del brazo, según era permitido en aquella época a las señoritas y a los galanes; eran Marta Körner y Nepomuceno, que se habían adelantado, huyendo la vigilancia del alemán, que no gustaba de tales confianzas.

Las arrias caminaban semanas enteras por parajes desiertos, en los cuales todavía se aparecían, rodeados de las fragosas tempestades de los Andes, la Pachamama y el Tatacoquena, las dos divinidades indígenas anteriores a la conquista española.

Palabra del Dia

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