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Actualizado: 14 de julio de 2025
Hacía tiempo que Materne y sus hijos caminaban sin hablar; el tiempo se había presentado hermoso; el pálido sol de invierno brillaba en la nieve deslumbrante sin llegar a fundirla; el suelo sonaba a duro.
Caminaban lo mismo que si estuviesen ebrios, en continuo zigzag, desde el parapeto al corte del acantilado, labios con labios, los ojos tocándose, como si nada existiese más allá, é imaginándose buenamente que marchaban en línea recta. Desde lejos les hubiesen creído dos adversarios que luchaban, tambaleándose con los empujones de la pelea.
La música se había colocado en el avante del paseo y rompió a tocar la consabida marcha, aunque el buque estaba lejos de la ciudad. Muchos pasajeros caminaban marcando el paso al compás de la música, lo mismo que los chicuelos que desfilan delante de un regimiento. Algunas parejas bailaban, esforzándose por ajustar sus saltos al ritmo de la marcha.
¿Y por qué te ha pegado tu madrina? preguntaba Fray Diego mientras caminaban despacito para acomodarse al paso de la niña. Porque estaba jugando con los pastores. ¡Los pastores!... ¿Pero los pastores de don Pedro vienen a dormir a casa? Sí, señor; duermen en la caja de cartón. A ver, a ver, chica, ¿qué estas diciendo ahí? profirió el capellán deteniéndose.
De ensueño también los dos cazadores que caminaban o se agachaban como sombras, hablándose sin mover los labios, entendiéndose por señas, y hasta el capataz de periódicos, que marchaba encorvado, con los ojos saltones y la boca abierta, contrayendo el estómago a impulsos del miedo.
Palabra del Dia
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