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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Mientras Godfrey Cass bebía a grandes sorbos el dulce brebaje del olvido en presencia de Nancy y perdía voluntariamente todo recuerdo del vínculo secreto que en otros momentos lo obsesionaba y atormentaba, llegando hasta exasperarlo en medio de los rayos sonrientes del sol, su esposa se adelantaba a pasos lentos e inciertos, a través de las callejuelas cubiertas de nieve de Raveloe, llevando una criatura en los brazos.

Desea remediar el mal de vuestra merced, con quien le importa conferenciar en seguida. ¿Quiere vuestra merced seguirme? Mutileder no halló motivo razonable para decir que no, y siguió al pajecillo. Siguiéndole por calles y callejuelas, que atravesaron rápidamente, llegó nuestro héroe protobermejino a una puertecilla falsa y cerrada, en el extremo de un callejón sin salida.

No puedo ni debo llamarlo así. ¡Y dale, Jesús Señor, con la matraca! ¿Cómo quier, alma de Dios, que se lo diga? En castellano corriente... por derecho... sin callejuelas de escape.

Si se ven algunas calles y alamedas espaciosas y alegres, la gran masa de la ciudad está cortada por callejuelas sucias, tortuosas, oscuras, empedradas con guijarros, estrechísimas, complicadas en laberinto, completamente moriscas.

No había mal tiempo que les adormeciese ó les asustase... En plena tormenta se mantenían á la vista de la costa, saltando de ola en ola, con su fragilidad de barcos construídos para ser flechas; y únicamente cuando otros compañeros venían á sustituirles regresaban al puerto viejo, para descansar unas horas á la entrada de la Cannebière. Las callejuelas de la orilla derecha atraían á Ferragut.

La plaza no podía contener mayor número de gente, y se escuchaba sin cesar el vocerío de los curiosos que pujaban y reñían a la entrada de las callejuelas. Del Arco de la Sangre llegaban alaridos y maldiciones, y la muchedumbre se agitaba hacia aquella parte, como el agua de los torrentes al entrar en los lagos.

Trépase á la címa de Fourvières por entre las horribles y sucias callejuelas del viejo Lyon, llegando al anfiteatro pintoresco del jardín de Fourvières por una serie de escaleras interminables que pasan de algunos centenares y hacen de la ascension una verdadera empresa.

Después la procesión se metió en las lenguas del río que inundaban los callejones. Era un espectáculo extraño ver toda aquella gente empujada por la fe, descendiendo por las callejuelas convertidas en barrancos. Los devotos, levantando el hachón sobre sus cabezas, entraban sin vacilar agua adelante hasta que el espeso líquido les llegaba cerca de los hombros. Había que acompañar al santo.

Yo me alcé de hombros... ¿Qué tenía que ver eso conmigo?... Recorrimos en silencio, siempre del brazo, unas callejuelas imposibles. Las casas, aunque rígidas e inmobiles, hacíannos al pasar muecas y gestos, unas veces de paz y amor, otras de odio y cólera. Pululaban allí lechuzas, viejas y ánimas en pena. ¿Has notado, Nanela pregunté a mi amada que en esta ciudad siempre es noche?

Allí contrastan los mas antiguos monumentos de la edad feudal y muchas callejuelas tortuosas, estrechas, extravagantes y del aspecto mas original, con los edificios sencillos y grandiosos del tiempo actual, los lindos jardines, las anchas calles tiradas á cordel y las elegantes casas que representan la aspiracion á lo confortable, limpio y de buen gusto.

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