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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Ya era hora de buscarle, cual otras veces, para que hiciese el milagro. Había que ir al ayuntamiento: obligar a los señores de viso, gente algo descreída, a que sacasen el santo para consuelo de los pobres. En un momento se formó un verdadero ejército. Salían de las lóbregas callejuelas, chapoteando en el agua como ranas, vociferando su grito de guerra: ¡San Bernat! ¡San Bernat!

Algunas veces, un torpedero, al entrar en el puerto viejo, se deslizaba por la boca de una de estas callejuelas sombrías como si pasase por la lente de un anteojo. Al sentirse fatigado el marino por el mal olor y la miseria viciosa de los barrios viejos, volvía al centro de la ciudad, paseando bajo los árboles de las avenidas de Meilhan ó entre los puestos de flores del Coso Belzunce.

Asi mismo, las construcciones que dominan los muelles ó avecinan el puerto, relevan, el progreso del buen gusto y la vitalidad de las ciudades marítimas. Pero la gran masa de la ciudad, de construcción antigua, es un laberinto de callejuelas incomprensibles en el primer momento, oscuras, muy estrechas, generalmente sucias, llegando algunas a un grado de inmundicia increíble.

Como en España no se viaja por buscar ciudades, fábricas y campiñas de estilo moderno, sino por estudiar un país de condiciones especialísimas, Toledo encanta al viajero que la visita, apesar do las detestables incomodidades que hacen allí desagradable la vida. Perdido en un laberinto de callejuelas y vericuetos, aunque llevaba un guia, vagué durante dos horas buscando alojamiento en la ciudad.

A veces, al caminar por las revueltas callejuelas de la morería, imaginaba haber descubierto toda la trama de la conjura, y parecíale ver ante la figura sobrehumana de Felipe Segundo, acercándose gravemente y echándole al cuello la venera de un hábito.

Despues de cubrir la ribera, trepa hasta la cima de una colina casi abrupta, formando un laberinto de callejuelas, cuestas y graderías rígidas, de antigua y extravagante construccion, en cuyo centro se levantan la catedral, el palacio del Gobierno, la casa de detencion y otros edificios públicos, y gira un extenso paseo sobre las murallas de las antiguas fortificaciones.

Era una de esas mañanas de junio en que la ciudad de los concilios parece susurrar en algarabía canciones de Oriente. El cielo, sin una nube, tiende su tafetán más azul; aquí y allá, la cal enseña, bajo los tejados morenos, su riente blancura; rosas y claveles arden en los balcones, y en lo alto de algunas callejuelas deliciosamente sombrías vese espejear el azulejo de las cúpulas y alminares.

Pasamos muchas calles, muchas plazas, muchas travesías, muchas callejuelas, que no parecen de Paris, y al atravesar la calle del famoso y novelesco Temple, presenciamos, á despecho nuestro, una escena muy fea y muy repugnante. ¡El egoismo es la más voraz de todas las fieras, el más rastrero de todos los reptiles, el más asqueroso de todos los insectos!

De trecho en trecho desembocan otras callejuelas trasversales mas estrechas, que son otros tantos desfiladeros escalonados sobre el abismo. Los techos de las casas correspondientes á la callejuela mas baja sostienen literalmente los cimientos de la inmediatamente superior, esta apoya á los de mas arriba, y así sucesivamente hasta la cima.

Abajo vereis, si contemplais, la ciudad desde la Plaza del Congreso, un enjambre de calles y callejuelas formando laberintos, y monumentos y edificios de las mas diversas formas, que resumen por decirlo asíla historia de Brusélas hasta principios del presente siglo.

Palabra del Dia

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