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Actualizado: 23 de octubre de 2025


Los grupos se rehicieron: pero más pequeños, menos compactos. Ya no eran más que unos seiscientos hombres. El crédulo caudillo blasfemaba con voz sorda. A ver: que venga el Madrileño: que nos explique esto. Pero fue inútil buscarle. El Madrileño había desaparecido en la dispersión, se había ocultado en las callejuelas al sonar los disparos, como todos los que conocían la ciudad.

No he podido estudiar la Alhambra ni otros monumentos como artista, sino bajo su punto de vista social, único que puede estar á mi alcance. Subiendo la alta colina de la izquierda del Darro, por entre callejuelas estrechas, sucias, caprichosas y casi arruinadas, habíamos llegado al pié de la gran puerta monumental que da entrada á la ciudadela ó vastísima fortaleza de la Alhambra.

Alguna gente que pasaba volvía la cabeza, para oír el diálogo en irritada voz y extranjero idioma. Estamos dando espectáculo dijo Miranda . Vente. Internáronse por callejuelas excusadas, y guardaron silencio elocuente por espacio de algunos minutos. ¿Para quién era esa carta? interrogó al cabo el marido en voz breve. Para Don Ignacio Artegui contestó Lucía en tono reposado y firme.

El sargento mayor había tomado por las callejuelas de la parte de arriba del convento de San Gil; habla entrado con la Dorotea en la calle de Amaniel, se había parado delante de una casa que estaba herméticamente cerrada, y había dado sobre su puerta tres golpes fuertes.

Nada mas curioso que el espectáculo de las plazuelas y callejuelas de Toledo, durante la procesion del juéves santo. Aunque naturalmente se escogen para el paso del Cristo y de la Vírgen las calles ménos imposibles, el acompañamiento eclesiástico y popular tiene que pasar por las mas grandes crujidas para hallar salida por aquellos pendientes y endemoniados pasadizos al aire libre.

La fachada luce hojarascas y filigranas del Renacimiento; la torre, cuadrilátera, se perfila con su chapitel puntiagudo y gris en la diafanidad del cielo azul... La maraña de las callejuelas blancas continúa.

En honor de la verdad, se ha de decir que Santa Cruz amaba a su mujer. Ni aun en los días que más viva estaba la marea de la infidelidad, dejó de haber para Jacinta un hueco de preferencia en aquel corazón que tenía tantos rincones y callejuelas. Ni la variedad de aficiones y caprichos excluía un sentimiento inamovible hacia su compañera por la ley y la religión.

Eran calles en pendiente, formando rellanos, flanqueadas de casas estrechas y altísimas. Todos los huecos tenían balcones, y de una baranda á la de enfrente se tendían cuerdas, empavesadas con ropas de diversos colores puestas á secar. La fecundidad napolitana hacía hervir de gentío estas callejuelas.

Además, al final de sus viajes estaba Marsella, y en una de sus callejuelas un salón rojo adornado de columnas simbólicas, donde se encontraba con navegantes de todas las razas y todas las lenguas, entendiéndose fraternalmente por medio de signos misteriosos y palabras rituales.

Años antes había estado en Italia con motivo de una peregrinación católica: su madre le había confiado a la tutela de un canónigo de Valencia, que no quiso volver a España sin visitar a don Carlos, y Rafael recordaba las callejuelas de Venecia, al pasar por las calles de la vieja Alcira, profundas como pozos, sombrías, estrechas, oprimidas por las altas casas, con toda la economía de una ciudad que, edificada sobre una isla, sube sus viviendas conforme aumenta el vecindario y sólo deja a la circulación el terreno preciso.

Palabra del Dia

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