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Actualizado: 9 de julio de 2025


Si a me dicen esto, ahora dos meses, no lo creo, no, señor, me río; pero, ¿quién podía soñarlo? En el ansia de ganar, de ganar mucho, de ganar siempre, no mirábamos para atrás, ni para arriba, y así se nos ha caído la casa encima y nos ha aplastado.

Un día fué el profesor á su padre y le dijo: «Ese niño es cosa inexplicable, Sr. Torquemada: ó tiene el diablo en el cuerpo, ó es el pedazo de Divinidad más hermoso que ha caido en la tierra. Dentro de poco no tendré nada que enseñarle. Es Newton resucitado, Sr.

Es cabezorra, llana de cogote y algo bizca; tiene el pecho voluminoso y caído, como pasiega harta de criar, el rostro rojizo, el cuello negruzco, y el trozo de carne, que pudiera ser nariz, desformado y torcido, como si guardase recuerdo de un tremendo puñetazo.

Ese portento de hermosura habrá caído en las redes de otra persona, que no en las mías. Yo lo que me digo exclamó D. Pedro con atronadora voz y basta. Denme licencia para retirarme, que avanza la hora y esta tarde he de embarcarme con la expedición que va al Condado de Niebla a operar contra los franceses. La ociosidad me enfada y deseo hacer algo en bien de la patria oprimida.

Traté de ayudarle para que se levantara; pero después del primer esfuerzo, su cuerpo volvió a caer exánime, y al fin dijo: «No puedo». Las vendas de su herida se habían caído, y en el desorden de aquella apurada situación no encontró quien se las aplicara de nuevo.

Calmose, en fin, la zalagarda; metiéronlos con los equipajes en una casa, y el español creía que soñaba y que luchaba con una de aquellas pesadillas en que uno se figura haber caído en poder de osos, o en el país de los caballos, o Houinhoins, como Gulliver.

El Duque «le había caído antipático» y notaba perfectamente que había reciprocidad en este sentimiento, por más que el personaje, como hombre de mundo, guardase frente a él una actitud cortés y hasta benévola, donde sólo un espíritu observador o un hombre de corazón y de instinto como Gonzalo podían traslucir la hostilidad.

El padre Anselmo jamás había leído este libro y no había caído ni podía caer en que sentía inclinación tan dulce; pero sin tener conciencia de ello reverenciaba a doña Inés como si fuera ángel o santa. Estaba ciego para todos los defectos y pecados de ella, y no veía o no creía ver en ella sino virtudes: la prudencia, la caridad, el recogimiento y la piedad religiosa.

Ni un soplo de brisa, ni nada que desdijese de la apacibilidad profunda y soñolienta del ambiente. Caído el pañuelo y recibiendo a plomo el sol en la mollera, miraba Amparo con gran interés el espectáculo que el paseo presentaba. Señoras y caballeros giraban en el corto trecho de las Filas, a paso lento y acompasado, guardando escrupulosamente la derecha.

Acércase a él un señor serio y bondadoso, pónele la mano en el hombro con blandura y cariño, le toma el pulso, lee brevemente en su extraviada fisonomía, en sus negras pupilas, en el caído labio, y volviéndose a un joven que le acompaña, dice a este: «Bromuro potásico, doble dosis».

Palabra del Dia

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