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Actualizado: 9 de julio de 2025


Si hubieran llegado pocos años después, las semicivilizaciones que encontraron en Méjico, en Bogotá y en el vasto dominio de los Incas, hubieran ya desaparecido. Todo hubiera caído en el estado salvaje, y tal vez los sacrificios humanos, el canibalismo y las guerras constantes de unas tribus con otras hubieran barrido de sobre la faz de aquel inmenso continente la degradada especie humana.

Daban empellones para hacer mayor el círculo en torno del caído; pero inmediatamente se volvían hacia éste, ordenando socorros inútiles, y otra vez se estrechaba el espacio, llegando los pies de los más avanzados junto á la boca aulladora del moribundo. Una jovencita había trotado espontáneamente hasta el bar de la entrada del Casino, volviendo con un vaso de agua. ¡Antonio!... ¡Antonio!

Ha cambiado la vida en medio mes continuó . Parece que hayamos caído en otro planeta: nuestras habilidades antiguas carecen de sentido. Otros pasan á las primeras filas, los más humildes y obscuros, los que ocupaban antes el último término.

Antes que la inexorable hacha del leñador haya cortado en viguetas, palos y ramajes el árbol caído, transcurren aún muchos días durante los cuales podemos aventurarnos á pasar por el singular puentecillo, festoneado de guirnaldas de hiedra bañada por la corriente.

Se volvió hacia el hogar, en que los dos troncos de leña habían caído separándose y no esparciendo más que un fulgor rojizo y dudoso, y luego se sentó en su silla junto al fuego.

Pues porque no dan escándalos, y todo se lo tapan unas con otras. ¡Ah!, señora doña Jacinta, guárdese el mérito para quien lo crea; usted caerá... tiene usted que caer, si no ha caído ya». De pronto vio que al portal se acercaba un coche. ¿Traería gente o venía a tomarla?

Yo solía mirar entonces a Chisco que siempre andaba en el último rincón de la tertulia; pero el condenado de él, o no había caído en la malicia, o se hacía el desentendido.

Los que corrían hacia él vieron en primer término la cúspide de su cabeza, y saliendo de ella un hilo de sangre que serpenteaba entre la hierba. Inmediatamente esta cabeza quedó invisible, pues todos se agolparon en torno al cuerpo caído, inclinándose para escuchar al médico, que lo examinaba con una rodilla en tierra.

Entramos en un sembrado de trigo morisco junto al bosque, un gran campo blanco y negro, en flor y granado, con perfumes de almendra. Picoteaban también allí unos hermosos faisanes de irisadas plumas, bajando sus crestas rojas por temor a ser vistos. ¡Ah! ¡Estaban menos altivos que de ordinario! Mientras comían, nos pidieron noticias preguntándonos si había caído alguno de los suyos.

Una circunstancia imprevista vino a poner fin a las indecisiones de la señora de Aymaret; su marido el vizconde, debilitado por todo linaje de excesos, había caído de algún tiempo atrás en un estado de anemia alarmante, y los médicos le prescribían una prolongada residencia en Glion, a orillas del lago de Ginebra; naturalmente, su mujer se prestaba a acompañarle, era necesario, pues, tentar un último esfuerzo.

Palabra del Dia

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