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Actualizado: 4 de junio de 2025


Todos se colocaron junto a la puerta, con los fusiles preparados. Los piratas no salían de la selva; pero se alejaban lo menos posible; pues de vez en cuando se oían sus voces, y alguna que otra flecha se acercaba silbando, aunque sin llegar a la cabaña aérea.

En una cabaña semejante a la nuestra, pero algo más rústica, y de la que sólo dista un tiro de fusil, habita nuestro guarda, con su esposa y sus dos hijos mayores: la moza, que prepara la comida de los hombres y compone las redes para la pesca; y el mozo, que ayuda a su padre a levantar las artes y a vigilar las compuertas de los estanques.

El jefe, que estaba muy conmovido, lo estrechó contra su pecho, diciendo: ¡Vivo!... ¡Vivo mi hijo!... , padre. Los arfakis, como ves, no me pudieron matar. Luego, dirigiendo una mirada alrededor, preguntó a su padre: ¿Has hecho prisioneros a unos hombres blancos? respondió el jefe. ¿Dónde están? ¡Quiero verlos! En mi cabaña.

Sobre la que quedaba a la derecha vimos, profundamente grabada en la piedra, una anticuada E mayúscula, como de un pie de largo, y pasando por junto de ella, nos encontramos con un cangilón peligroso y lleno de escabrosidades, que, haciendo ziszases, conducía a la pequeña choza. La puerta cerrada y la ventanita de hierro de aquella solitaria cabaña despertaron nuestra curiosidad.

No pocas veces las autoridades acudían a él en las graves dificultades que se les ofrecían; y su pobre cabaña en la que se abrigaba su numerosa familia, sujeta casi siempre a grandes privaciones, estaba enriquecida por la virtud y santificada por el respeto popular.

De tanto en tanto, fosos más pequeños cruzan el camino, ocultando en sus sucias profundidades feos arroyos que se deslizan hacia una confluencia clandestina con el gran torrente amarillento que corre más abajo, y acá y acullá vense las ruinas de una cabaña con la piedra del hogar mirando a los cielos y conservando sólo intacta la chimenea.

La cabaña de Hunding, bárbara, con salvajes trofeos y espantosas pieles, revelando la brutal existencia del hombre apenas posesionado del mundo, en lucha perpetua con los elementos y las fieras.

Una tarde, paseándose con Perla en un sitio retirado en las cercanías de su cabaña, vió al viejo médico con un cesto en una mano, y un bastón en la otra, buscando hierbas y raíces para confeccionar sus remedios y medicinas. ESTER Y EL M

Podría considerarse su protectora; no hay cabaña alguna en seis leguas á la redonda, que no la conozca y la venere como la hada de la beneficencia. Los paisanos dicen simplemente, al hablar de ella: ¡La señorita! como si hablaran de una de esas hijas de rey, que encantan sus leyendas, cuya belleza, poder y misterio les parece ver en ella.

Cuando volvían de la excursión de caza ó de la batalla, se regocijaban oyendo el murmullo del arroyo y el acompasado y monótono ritmo de las gotas que caían; lo mismo que el leñador al volver á su cabaña, miraban con piedad nuestros primeros padres los pilares de la gruta bajo los cuales descansaban sus mujeres y en donde habían nacido sus hijos.

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