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Actualizado: 19 de mayo de 2025
La entrada hermosa es por el palacio del Trocadero, de forma de herradura, que quedó de una Exposición de antes, y está ahora lleno de aquellos trabajos exquisitos que hacían con plata para las iglesias y las mesas de los príncipes los joyeros del tiempo de capa y espadón, cuando los platos de comer eran de oro, y las copas de beber eran como los cálices.
Sus abuelos sabían mucho de esto. ¡Lástima que muriesen sin decir palabra!... Relataba la historia verídica de la caverna de Formentera, donde los normandos habían guardado los productos de sus piraterías en España e Italia: santos de oro, cálices, cadenas, joyas, piedras preciosas y monedas medidas a celemines.
Guimarán veía con gran satisfacción los progresos de la impiedad en aquel espíritu lleno de pasión; no había llegado don Santos al ateísmo, «pero este era un grado de perfección filosófica que tal vez le venía muy ancho al antiguo comerciante de cálices y patenas». Don Pompeyo se contentaba con arrancarle las raíces y retoños de toda religión positiva.
Era especialmente notable mi rica colección de plata labrada; componíase de varias docenas de candeleros, grandes y pequeños, atriles, vasos y macetones ornamentales; no pocos blandones; algunos cálices y copones; y una custodia que me complacía yo en atribuir a Juan de Arfe y Villafañe.
A pesar de tan calamitosos tiempos halló medio el obispo Salizanes de repartir grandes cantidades de dinero y de trigo, de erigir á Nuestra Señora de la Concepcion una suntuosa capilla, de vestir lujosamente á los niños de coro, de dotar doncellas huérfanas, de instituir aniversarios, de hacer fundaciones pías grandes y costosas, de regalar á su catedral reliquias, cálices, ornamentos, misales, blandones, lámparas y otras alhajas de plata, y de socorrer toda clase de necesidades.
En otras partes los horrores no pueden contarse. Robaron todo el dinero de la Administración, toda la plata de los conventos, los vasos sagrados, los cálices, las custodias, las alhajas de las imágenes; penetraron también en los conventos de frailes, muchos de los cuales murieron asesinados; convirtieron en lupanar la iglesia de Fuensanta, y por tres días Córdoba no fué una ciudad, fué un infierno, porque todos los demonios, todas las maldades, sacrilegios y abominaciones cayeron sobre ella.
Su experiencia, como las gotas de rocío que la aurora vierte en los cálices de las flores con su ánfora de nácar, se evaporó cuando el sol de su amor llegó al meridiano... Y esperaba todavía que el alma de su novio respondiera a su rostro y fuera grande como la encina, fuerte como el roble o gloriosa como el laurel... Sin embargo, aun no se atrevía a descubrirla cara a cara...
3.º Que ningun judío pueda hacer de nuevo, ni componer, ni aun tener en sus casas con algun pretesto cruces, cálices ó vasos sagrados, ni encuadernar los libros de los cristianos en que está escrito el nombre de Jesucristo, ó de la Santisima Vírgen, y que quede escomulgado todo aquel cristiano que por cualquier motivo dé á los judíos alguna de estas cosas.
Y claro está, todas aquellas rosas místicas, oyéndolas, se estremecían en sus cálices y se plegaban tímidamente. Susurrábanse al oído amargas quejas, mas no osaban producirlas en voz alta. D. Miguel era muy capaz de echarlas de la iglesia a coces.
Carros de luz nos columpiarán en el éter; corolas misteriosas de flores peregrinas nos suministrarán, como en cálices de oro, los manjares más deliciosos, las bebidas más delicadas; y esta mariposa, en fin, nos llevará a nuestro antojo, y con la viveza del pensamiento, doquiera que mandemos, dándote a ti asiento en la verde y a mí en la blanca y siniestra ala.
Palabra del Dia
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