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Actualizado: 24 de junio de 2025
Y al decir esto avanzaba hacia el inspector general y le tendía gentilmente la mano la propia señora Liénard, que vestía una vaporosa falda de muselina y un cuerpo de lo mismo en forma de blusa que le daban una suprema elegancia. Inclinándose Delaberge contestó lo mejor que supo al apretón de aquella pequeña mano un poco tostada por el sol y después se excusó de lo descuidado de su traje.
Sus compañeros le sujetaban; querían llevársela. El mozo echaba fuego por los ojos. ¿Qué es eso? preguntó Petra. Nada dijo uno celucos. Sí gritó una joven pero si ella se descuida la ahoga. Bien merecido lo tiene; es una tal. El joven de la blusa azul salió del paseo, a viva fuerza, casi arrastrado por sus amigos.
En eso apareció por el camino del jardín que daba acceso a la caballeriza la figura esbelta de Melchor en cuyo rostro empalidecido se destacaban las ojeras negras y profundas. Vestía su traje predilecto y en el ojal de la blusa llevaba un hermoso gajo de sedrón... ¿Ya están listos, muchachos? preguntó amablemente, casi sonriendo.
La falta del otro estaba oculta por una venda negra que moldeaba la cuenca vacía. Luego vió su pecho cubierto por el paño azul de una blusa vieja de oficial. Pero al llegar aquí, la mujer vaciló sobre sus pies, como si la sorpresa le asestase un puñetazo demoledor. Lanzó un grito.... El herido no continuaba.
Iba vestido pobremente, pero muchas veces lucía en sus dedos sortijas femeniles, y para sonarse sacaba de las profundidades de su blusa un pañuelito de batista, pequeño, con ricas blondas y gran cifra, que aún exhalaba débil perfume. Se encargaba durante la semana él solo de barrer el inmenso circo, graderíos y palcos, sin quejarse de lo abrumador de este trabajo.
Si su destino era ese, lo aceptaba sin pestañear: él había entrado en la vida por la puerta color de rosa, como convidado que acude a espléndida fiesta, a deleitarse con manjares y músicas y placeres sin cuento, y encontró el salón a obscuras, la mesa del banquete desierta, pan y agua por todo manjar, los demás invitados de blusa en vez de frac, y no escuchó más música que la del arado, de la azada y del martillo... ¡ah! no, ¡muchas gracias! él no había venido para eso, ¿por qué le engañaron? ¿a qué le trajeron? si no existía algún medio de hacer como aquellos pocos, que no visten blusa, y se pasean y divierten, se marchaba. ¿Había uno? ¿y no era necesario sudar ni quebrarse la cabeza? no, mucho pulso y buena suerte.
Al castillo balbuceó el muchacho, poniéndose colorado . Al mismo tiempo, ocultaba confundido una de sus manos dentro de su blusa. ¿Qué vas a hacer al castillo? volvió a preguntarle. A ver a la señorita Julia. Julia era la camarera de Juana. ¿Quién te envía, hijo mío? Un señor murmuró el niño, cada vez más intimidado. ¿Un señor que está alojado en tu hotel, no es verdad? Si. ¿Un oficial? Sí.
Uno de los últimos que salieron fue Gaspar Santigós, alias, el Grande o Gasparón, porque era de tremendas fuerzas, muy alto y muy fornido. Hacíanle simpático el semblante apacible, la frente despejada, el mirar franco, y era tan corpulento, que parecía Hércules con blusa.
Son cadáveres preparados para la clase de disección. Ese cuerpo es de una mujer. Luego, el compañero, con la superioridad del fuerte, para poner a prueba los escrúpulos del estudiante de libros, le hacía entrar en el anfiteatro, llevándolo de mesa en mesa. ¡Qué limpiamente trabajaban aquellos carniceros de blusa blanca!
Cuando llegó el que esperaba, Mariano era todo ojos. Miró bien... En el acto sacó de debajo de la blusa una pistola vieja, y apuntando con mano no muy firme, salió el tiro con fugaz estruendo... Movimiento y estupor en la muchedumbre, gritos, pánico, sacudidas.
Palabra del Dia
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