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Aquí de mi inglés, me dije, y comencé: Señorita, según lo que he oído al caballero que acaba de bajar, y creo que es su padre de usted, usted tiene el billete de una de las dos camas de esta división. Ahora bien, como yo tengo el de la de abajo, que por muchos motivos es la más cómoda, suplico a usted quiera permitirme que le proponga un cambio.

El oso quería ceder gratuitamente la parte de billete, pero Isidora no lo consentía.

Al siguiente día Jorge Federly me acompañó a la estación, donde tomé un billete para Dresde. ¿Vas a contemplar las pinturas? preguntó Jorge guiñándome el ojo. Jorge es un murmurador incorregible, y si hubiese sabido que yo iba a Ruritania, la noticia hubiera llegado a Londres en tres días.

Su cuerpo se tornó flexible como el de una serpiente; sus ojos adquirieron una expresión de alegría pérfida; su mano derecha, que llevaba en el bolsillo, oprimía con toda su fuerza el billete, como si éste fuera su revólver cargado con seis balas o un carnet de policía. No sólo la muchacha, sino muchos otros viajeros comenzaron a desazonarse al mirarle: tan de espía era su apariencia.

Señorita, vengo a darle cuenta del billete que me entregó por la mañana. ¡Ah! ... el billete... ¿De cuánto era? De diez duros. Bien, ¿qué ha comprado V.? Los botones para el vestido de la niña, han costado veintisiete reales... ¿Qué más? La sombrilla de miss Ana, que he pagado yo; no la han querido dar menos de tres duros. Bien; son cuatro duros y siete reales.

Pero si el bolsillo contuviera bastantes monedas para asegurar de una vez mi fortuna; si el billete fuera un talon contra el Banco de Lóndres, y representara una cantidad que hiciera imposible la ruina; si la mercancía de la tienda, del café ó de la fonda, valiese menos que la del bolsillo ó el billete de usted, ¿cree usted que el hombre moral de Paris dejaria de ajustar la cuenta por los dedos; cree usted que dejaria de anotar en el libro de entrada la partida mayor?

Sólo disponía de lo preciso para comprar una entrada en aquel cinema desconocido de Grenelle. No le quedaba dinero para tomar un billete del Metro. Todo lo había gastado en sus ruidosas aventuras de la tarde. Tendría que ir á pie; y era tan lejos.... ¡tan lejos! Un mal pensamiento contrajo su frente. ¡Si pidiese limosna!... Hoy es un día de regocijo general.

Aquí todos roban... Debo de parecer un San José; pero no importa... 'Yo no juego a la lotería; déjeme usted en paz'. ¿Qué me importará a que sea mañana último día de billetes, ni que el número sea bonito o feo...? Se me ocurre comprar un billete, y dárselo a Guillermina.

Al momento me ocurrió una idea. ¿Qué papel es ese? le dije. Vamos a verle; será de algún enamorado; se lo arrebato, veo que empieza: Querida Anita; cuando no vi mi nombre respiré; empecé a echarlo a broma. ¿Quién será el desesperado? le decía riéndome a carcajadas. Veamos, y él mismo leyó el billete, donde me decías que esta noche nos veríamos aquí, si podía venir sola. Si vieras cómo se reía.

Era difícil hacer llegar a sus manos carta o billete amoroso. Y si bien, merced a algunas viejas audaces, que donde quiera las hay de sobra, doña Luz había recibido papelitos en prosa y hasta en verso, constantemente los había devuelto sin abrir. Y no podía haberla, porque doña Luz callaba toda razón ofensiva. No se sentía inclinada al matrimonio. No amaba. Nadie manda en su corazón.