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Actualizado: 22 de junio de 2025
El vigilante y prudentísimo don Rosendo había averiguado por medio de sus agentes de Madrid, que el duque de Tornos, conde de Buenavista, emparentado con la real familia, embajador que había sido en Francia, mayordomo mayor de palacio, etc., etc., un personaje de mucho bulto en la corte y en la política, estaba decidido a pasar el verano en Sarrió para tomar los aires del mar, que le hacían mucha falta, con más sosiego que en San Sebastián o Biarritz.
Debió ser un capricho... Lleva tres inviernos aquí. Cuando llega el verano se traslada á Aix-les-Bains ó á Biarritz; pero apenas el Casino recobra su esplendor, vuelve de las primeras. ¿Juega?... Como una condenada. Juega fuerte y mal, aunque los que creemos jugar bien acabamos perdiendo lo mismo.
Dos lágrimas temblaron al fin en sus ojos y rodaron silenciosamente por sus mejillas marchitas. #Baile en el palacio de Requena.# Transcurrieron los días y los meses. Clementina pasó el verano, como siempre, en Biarritz. Raimundo la siguió, dejando a su hermana confiada a unos parientes, y regresó cuando aquélla a últimos de Septiembre.
La hermosa dama estaba en Biarritz, y vino en compañía de unas señoras francesas que deseaban conocer al torero. La vio una tarde. Se fue, y sólo supo de ella vagas noticias durante el verano, por las pocas cartas que recibió y por las nuevas que le comunicaba su apoderado luego de oír al marqués de Moraima.
Estamos en el mes de octubre. Casi todas las damas elegantes que habían ido a Biarritz, a Spa y a otros puntos, y que habían hecho una visita a París, estaban ya de vuelta de la expedición veraniega. Venían, como era natural, cargadas de galas y primores de Worth, de la Ferrière, de Alexandre y de otros artistas; galas que se disponían a lucir durante el invierno.
Ella conocía las opiniones de algunos militares de países neutros; había hablado en Biarritz con personas de gran competencia; sabía lo que decían los periódicos de Alemania. Nadie creía allá en lo del Marne. El público ni siquiera conocía esta batalla. ¿Tu hermana dice eso? interrumpía Desnoyers, pálido por la sorpresa y la cólera.
Acercóse mientras tanto el fondista a Jacobo y pidióle órdenes; mas este, encogiéndose de hombros con estudiada indiferencia, díjole que ni él ni ninguno de sus compañeros tenían nada que ver con aquel hombre; que era un amigo, un mero conocido que en Biarritz se les había colocado en el coche sin que nadie le llamara, y que ni podía responder de él, ni mucho menos dar órdenes.
El tío Frasquito, resignado con el giro clásico que tomaba la leyenda, convino con Jacobo la hora en que habían de hacer al otro día la trascendental visita, porque el arrepentido esposo quería marchar a Biarritz cuanto antes.
Tardó el millonario algún tiempo en recobrar su calma, y al reanudar el relato pasó de un salto á la escena final de su novela amorosa, á la última entrevista con Judith dos noches antes, en aquel hotelito de Biarritz donde había pasado los mejores veranos de su vida. Sánchez Morueta había llegado sin avisarla, sorprendiendo al monsieur Jules casi ocupando su sitio.
Había comenzado por una aventura vulgarísima: un encuentro en Biarritz con Judith, una vendedora de amor, de nacionalidad indeterminada, nacida en Francia, pero hija de judíos: una mujer que en plena juventud había corrido medio mundo y conocía casi todos los idiomas europeos. Las relaciones habían ido estrechándose.
Palabra del Dia
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