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Actualizado: 14 de mayo de 2025
El Barón y un proyecto de ferrocarril, por X. X. X.; un tomo, una peseta. Los pequeños poemas: quinta edición, única completa: 1882; un tomo, 5 pesetas en Madrid, y 5,50 en provincias. Encuadernados a la inglesa con una elegante plancha, 1,50 pesetas más. Doloras y cantares: décimo-sexta edición, única completa, con el retrato del autor.
¡Hola! exclamó el barón. ¿Y cómo es eso, Roger? Debo confesároslo. Amo á mi señora Doña Constanza, vuestra hija, con el más puro y profundo amor.... Me sorprendes, doncel, dijo el barón frunciendo el ceño. ¡Por San Jorge! ¿sabes que es muy noble nuestra sangre y muy antiguo nuestro nombre? También lo es el mío, señor barón, y muy noble la sangre heredada de mis mayores.
Por lo pronto, hacedme la merced de decir á la gente que hoy no se da cuartel á nadie. Tratándose de esas fieras, no quiero prisioneros. ¿Tenéis á bordo un sacerdote ó un religioso? No, señor barón. No importa. La Guardia Blanca se puede pasar sin ellos, porque los tengo á todos bien confesados desde Salisbury y maldito si han tenido ocasión de cometer fechorías desde que emprendimos la marcha.
Luego las chupó. Pero el dolor era tan recio que exclamó al fin sollozando: ¡Ay mis manos! En aquel momento se alzaron ante ella entre las sombras de la noche dos enormes figuras que la dejaron helada de espanto. Una de ellas se abalanzó y la cogió por un brazo. ¿Qué haces ahí? dijo con voz bronca. La justicia del barón.
En esto volvía ya el Barón de Castell-Bourdac, muy diligente y apresurado, con el abrigo de Rafaela. Trató de disculpar su tardanza, puso el abrigo a la dama, le dio el brazo, bajó con ella la escalera y sin duda la acompañó en coche a su casa. El Vizconde apenas se dignó reparar en esta intimidad de Rafaela y del Barón, a quien había calificado de tan simpático como inofensivo.
Mucho me encargó que os saludara en su nombre. Soy siempre su caballero y su esclavo. ¿Y vuestro viaje? No pudiera desearlo mejor, contestó el barón. La mar algo alborotada, pero tuvimos la suerte de avistar unas galeras piratas, á las que dijimos dos palabras. ¡Siempre afortunado, Morel! Ya nos contaréis la aventura esa.
Había llegado la columna á las últimas casas del pueblo cuando el señor de Morel salió del castillo, caballero en el brioso Ardorel, negro como el azabache y el mejor caballo de batalla de todo el condado. Vestía el barón de terciopelo negro y birrete de lo mismo con larga pluma blanca, sujeta por un broche de oro, y no llevaba más armas que su espada, suspendida del arzón.
Acudió éste pálido y temblando y dirigiéndose á la puerta de la casa dijo en voz baja á los recién llegados: No lo encolericéis, mis buenos señores, por el amor de Dios lo pido. ¿Qué decís? ¿De quién se trata? preguntó el barón.
Es muy buscado y está convidado a las mejores mesas, así por su divertida conversación, como por su extraordinaria fama de hondo conocedor y perito en todas las artes del deleite. El Barón pasa por el gourmet más delicado que hoy vive, paladea y olfatea en Francia.
Cuando nuestro gracioso soberano se apresura á vestir la armadura de combate á los setenta años y el señor de Chandos le imita á los setenta y cinco, con tantas campañas y heridas como cuento yo, mal puede quedar en reposo la lanza del barón León de Morel. Mi propia fama me obliga, ya que tanto más notada sería mi ausencia. No, Leonor, debo partir.
Palabra del Dia
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