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Actualizado: 13 de junio de 2025
Soledad se volvió con la faz sonriente y replicó, aludiendo también al final de los cuentos: Te regalaré unos zapatitos de manteca, si los quieres. Quedaron al fin solos. Velázquez no halló palabras, acometido á un tiempo mismo de turbación y gozo. Embargábale una emoción gratísima, una ternura suave que refrescaba su corazón y lo bañaba de deleite. Jamás había experimentado aquello.
Entre el frío, la lluvia que, al ir a la Fábrica la acribillaba a alfilerazos en la piel o la bañaba con gruesos y anchos goterones que se deshacían aplastándose en su mantón, y la fatiga inherente a su estado, viose sumida en marasmo constante, que a veces iluminaba, a manera de relámpago que divide un cielo oscuro, aquella última y robusta esperanza en el advenimiento de la federal. ¡Cuán triste veía el cielo, y el aire, y todo en derredor!
La luz del sol bañaba todo un lado; la sombra de las columnas cortaba oblicuamente los grandes cuadros de oro que cubrían las baldosas. Un silencio augusto, la calma santa de la catedral, penetraba en el agitador como dulce narcótico. Los siete siglos adheridos a aquellas piedras parecían envolverle como otros tantos velos que le aislaban del resto del mundo.
Estamos embarrancados dijo el Capitán, secándose el frío sudor que le bañaba la frente . ¿Baja la marea? Sí, Capitán. ¿Qué hora es? Las once. Dentro de cuatro horas será la pleamar. Esperemos con confianza que nos ponga a flote. ¿Y si no llega la marea a desencallarnos? Tenemos la chalupa y nos encomendaremos a Dios y a las olas. Entre tanto, los australianos seguían en la playa.
Algunos se marcharon; otros, entre ellos Andrés, esperaron al cura, que entró en la sacristía mascullando latines, los ojos bajos y las manos juntas. Después que se despojó de la casulla, saludó con expansión a sus amigos. Cuando nuestro joven salió de la iglesia, las campanas repicaban alegremente. El sol bañaba ya enteramente el valle.
Su espíritu se bañaba en lo infinito y percibía como uno de los más escogidos de la tierra la eterna, profunda armonía que reside en el centro de la vida inmortal. No lloraba: sus grandes ojos abiertos parecían absorber oleadas de luz. De vez en cuando los cerraba con un gesto aprobador. ¡Así es; así es el mundo; así es la vida!
Y extendía los brazos y chillaba imitando el grito de las aves de rapiña. Y su risa era tan grande que el exceso de alegría bañaba sus mejillas de lágrimas. ¡Ijujú! concluyó gritando con su voz de bronce. ¡Viva Lorío! Un hombre saltó en aquel momento en medio del corro y gritó con voz estentórea: ¡Muera! Aquel intrépido guerrero era el hijo del tío Pacho de la Braña. ¡Muera!... ¡muera!... ¡muera!
El sol bañaba su revuelta cabellera dorada, que despedía fugaces destellos como en la mañana que por primera vez le vimos. Su faz, pálida entonces por el sueño, lo estaba ahora por la emoción. Pero sus ojos... ¡oh, sus ojos mudaron mucho desde entonces! Ya no eran aquellos ojos fríos y tímidos que resbalaban sobre los objetos sin penetrarlos. Brillaban con inusitado fuego.
Mientras los demás chicos estudiaban la doctrina y el catón, él contemplaba los espectáculos de la Naturaleza, entraba en la cueva de Erroitza en donde hay salones inmensos llenos de grandes murciélagos que se cuelgan de las paredes por las uñas de sus alas membranosas, se bañaba en Ocin beltz, a pesar de que todo el pueblo consideraba este remanso peligrosísimo, cazaba y daba grandes viajatas.
En otros tiempos, debajo de la primera ciudad que bañaba, el río no era otra cosa, hasta el océano, sino un gran canal de inmundicias; en nuestros días recobra la belleza de los tiempos antiguos. Los edificios de las ciudades y los arcos de los puentes, que durante siglos no se han reflejado más que sobre turbias ondas, empiezan ahora á mirarse en un espejo transparente. #El río#
Palabra del Dia
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