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Se hubiera dicho que le rodeaba una aureola. Tres veces se había mandado aviso a casa del Magistral para que viniera en seguida. Don Pompeyo quería confesar, pero con De Pas y sólo con De Pas: decía que sólo al Magistral quería decir sus pecados y declarar sus errores; que una voz interior le pedía con fuerza invencible que llamara al Magistral y sólo al Magistral.

Como llegué á las galeras, envié un soldado que fuese á nado al fuerte para que diese aviso que yo estaba allí, y escribí al Contador Juan del Arcón que hablase á los capitanes y de mi parte les dijese que yo estaba en las galeras y que les rogaba se entretuviesen sin rendirse hasta que yo fuese, que lo haría en cresciendo la mar; y aunque es bien verdad que era imposible tenerse el fuerte y dejarse de perder aquel día ó el otro á más tardar, tengo con mucha razón queja de algunos capitanes que, no observando mi orden y sin darme parte, ni á algunos de los capitanes que estaban en el fuerte, no solamente eligieron y nombraron por Gobernador para que rindiese el fuerte al Capitán Rodrigo Zapata, que al presente está en esta corte, y él lo aceptó, pero aun por su orden, como paresce por unos carteles que el Capitán Juan de Zayas le ha puesto.

Era sabido que una lluvia de luz carmesí indicaba una epidemia. Dudamos mucho que haya acontecido algo notable en la Nueva Inglaterra, desde los primeros días de su colonización hasta el tiempo de la guerra de la Independencia, de que los habitantes no hubieran tenido un previo aviso merced á un espectáculo de esta naturaleza.

Estamos al aviso, le compramos, le hacemos escribir una carta diciendo que está enfermo y que envía á su hijo con el dinero; usted se disfrazará de labriego, entra en la casa, y una vez allí, ¡cataplum! le ha dado un desmayo, un accidente terrible.

Que teniendo Dragut nueva cierta que nuestra armada venía sobre él, invió un portugués y otros renegados á Italia á saber lo que se hacía. Algunos dellos, como hombres pláticos en la lengua, entraron por soldados en las compañías que venían á servir en la jornada: éstos dieron siempre aviso en Trípol á Dragut, y en los Gelves iban cada noche á hablarle.

A otro día, al rayar el alba, vinieron todas las mujeres con niños en los brazos para que los bautizase; y habiendo sabido que habían venido allí los indios Curucarecás para ajustar paces con los Manacicas, los hizo llamar, y congregados al pie de la cruz extinguió todo el odio de ambas naciones con una fervorosísima plática y les hizo efectuar con juramento mutua paz y amistad; y para colmo de sus júbilos concurrieron allí también al mismo tiempo los Zoucas, Sosiacas, Iritucas y Zaacas, que la misma noche antecedente tuvieron aviso de su venida; y si se hubiese detenido aquí dos días más hubiera visto gente de otras muchas Rancherías, porque en aquel contorno, por la parte que tira al gran río Marañón, están las tierras muy pobladas; pero sus compañeros, recelando que las lluvias no cerrasen los caminos, quisieron volverse luego, con que se vió precisado el Santo Padre á retirar la mano de aquella mies que ya estaba sazonada para la siega; y despedido de aquel pueblo, que sintió mucho su partida tan imprevista, se previno para dar la vuelta, y queriendo montar á caballo le cerraron en rueda todos los Manacicas para servirle y le quisieron acompañar por largo trecho del camino, con no poca admiración del P. Lucas, que jamás había visto tal cortesía en las otras bárbaras naciones con quienes había tratado.

Yo estoy en toas partes. Después habló de las ocasiones en que había visto al espada camino del cortijo, unas veces acompañado, otras solo, pasando junto a él en la carretera sin reparar en su persona, como si fuese un misero gañán montado en su jaca para llevar un aviso a cualquier choza cercana. Cuando usté vino de Seviya a comprá los dos molinos que tié abajo, le encontré en er camino.

No era prudente seguir explorando aquella llanura, en la cual podían exponerse a caer en alguna emboscada. Ya sabían que los australianos los habían descubierto, y que debían estar muy sobre aviso para no ser sorprendidos.

2 Y fue dado aviso al rey de Jericó, diciendo: He aquí que hombres de los hijos de Israel han venido aquí esta noche a espiar la tierra. 3 Entonces el rey de Jericó, envió a Rahab diciendo: Saca fuera los hombres que han venido a ti, y han entrado en tu casa; porque han venido a espiar toda la tierra.

A la tarde siguiente se presentó en la casa un caballero de aspecto muy respetable, preguntando por Tirso. Leocadia le acompañó hasta el comedor y avisó a su hermano; pero éste, apenas oyó el nombre del recién llegado, se le llevó a su cuarto, permaneciendo largo rato encerrado con él. La visita fue larga, y Tirso despidió al desconocido con grandes muestras de respeto.