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Actualizado: 26 de junio de 2025


9 La ventura en la desgracia, de Lope de Vega Carpio. 10 San Mateo en Etiopía, del Dr. Felipe Godínez. 11 Mira al fin, de un ingenio de esta corte. 12 La corte del demonio, de Luis Vélez de Guevara. 1 El iris de las pendencias, de Gaspar de Avila. 2 La razón vence al poder, de D. Juan de Matos Fragoso. 3 El vaso y la piedra, de D. Fernando de Zárate. 4 Píramo y Tisbe, de D. Pedro Rosete.

6 El diciembre por agosto, de D. Juan Vélez. 7 Allá van leyes donde quieren reyes, de D. Guillén de Castro. 8 Servir sin lisonja, de Gaspar de Ávila. 9 El verdugo de Málaga, de Luis Vélez. 10 El hombre de Portugal, del maestro Alfaro. 11 No es amor como se pinta, de tres ingenios. 12 Castigar por defender, burlesca, de D. Rodrigo de Herrera. 1 Dar tiempo al tiempo, de D. Pedro Calderón.

A no llegar con priesa y diligencia Perdiera sin falta Avila la vida; Que el verdugo ejecuta la sentencia Si no viene Quiñones de corrida. Por señal el bordon de Su Excelencia Traia, que es señal muy conocida; Perdonan al que est

Hay que pensar hasta en lo que han de comer por el camino esos irracionales... ¡Y todo esto en un solo departamento, que parecerá un arca de Noé! Felizmente conocemos al conductor, y María y yo, después que cenemos en Ávila, nos pasaremos a una berlina-cama... Llevo a Asunción... no puedo vivir sin mi doncella. Los bultos de mano, creo que no bajarán de veinticuatro.

Egloga interlocutoria, graciosa y por gentil estilo nuevamente trovada por Diego de Avila, dirigida al mui ilustrísimo gran capitan, sin fecha ni lugar de impresionEl canto de Caliope prueba que Cervantes conocía y apreciaba el mérito de Torres Naharro.

En ella tambien fué reducido en 1720 á cenizas frai José Diaz Pimienta, i en otros autos hechos en la misma ciudad i en el mismo siglo fueron quemados los huesos de don Diego de Avila, natural de Málaga, vecino i administrador general de rentas reales de Carmona, don Diego de Espinosa, natural de Alhama, vecino de Cádiz, i guarda mayor de millones en ella, Francisco Diaz de Espinosa, natural tambien de Alhama, i vecino i administrador de rentas en Cádiz, con los huesos ó las personas de muchos infelices presos i castigados por judaizantes.

¡Ah! ¡Agustín de Avila, el honrado alguacil de casa y corte! Pues mira, él no dice de ti lo mismo. Sólo se le ocurre un defecto que ponerte. Me importa poco. Maravíllase mi amigo de que teniendo por amante un hombre tal como yo, puedas vivir al lado de un marido tal como el tuyo. ¿Y qué le he de hacer? Ya te lo he dicho... ¡Oh! ¡nunca!... ¡nunca!... ¡qué horror! exclamó Luisa.

Era una ciudad muy distinta de su ciudad natal. Avila, a más de ser tan reducida, era neta y comprensible. En cambio, nada más fácil que extraviarse en el toledano arabesco de callejuelas. Aquí el cielo se veía casi siempre como desde el fondo de un foso y su añil sobrecargado se recortaba estrechamente entre el doble cobertizo negruzco de los aleros.

En cambio, sus ojos descifraban con orgullo nombres de eclesiásticos y caballeros de su propio linaje: «Sepultura del muy virtuoso Señor Don Nuño Gonzalo del Aguila, arcediano de Avila...» «Aquí yace el noble caballero Gonzalo del Aguila...» «Aquí yaze el honrrado caballero Diego del Águila, que Dios aya...»; y, al mirar el ave simbólica esculpida como una divinidad doméstica en los blasones de piedra, parecíale que una voz de otra vida le incitaba a la dominación y a los honores.

Las ventanas, abiertas, dejaban penetrar una paz penumbrosa y el primer aliento somnífero de la noche. Íñigo de la Hoz y su hija Guiomar se establecieron en Avila el año de 1570, viniendo de Valsaín, junto a Segovia, donde tenían su heredad.

Palabra del Dia

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