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Clara comprendió, por la vehemencia con que el joven hablaba, que era cierto su interés, y conoció también que la pintura que del viejo hacía no era exagerada. El desconocido obraba con la mayor nobleza, sinceridad y buena fe. Era uno de esos caracteres inclinados á las aventuras difíciles y que implicaban la salvación peligrosa de los que sufrían.

Por poco preparado que estuviese para aventuras de aquella importancia, no pudo dejar de comprender el señor de Sontis el carácter de las atenciones con que era favorecido. Por extraña que fuese la aventura, parecía no quedar duda sobre que aquella mujer tan atractiva, delicada y honesta, estaba enamorada de aquel mal sujeto, palidote y vulgar.

Las novelas francesas le trasladaban a aquel París que obscurecía el Madrid apenas conocido en su época del doctorado; los relatos de amores despertaban en su cuerpo de joven y virtuoso, sin otros deslices que los vulgares desahogos de la crápula estudiantil, un ardor de aventuras y de complicadas pasiones en el que latía algo del intenso fuego que había consumido a su padre.

Si yo fuese padre de familia, preferiría confiar mis asuntos a un hombre prudente, y no a un héroe de aventuras dudosas, etc., etc. Pero la opinión del bello sexo, que es la que prevalece, habíase declarado en favor del héroe de Parthenay.

Rióse mucho al otro día la condesa de Albornoz al oír contar a su hijo Paquito sus extrañas aventuras de la noche precedente: al verse solo, a oscuras, vestido y acostado en una cama que no era la suya del colegio, comenzó el niño a gritar lleno de angustia, sin que nadie contestase a sus lamentos.

Los hombres de guerra y de aventuras en todos tiempos, y más aún en el siglo XVI, no han pecado por lo cariñosos y suaves; y en dicha época había dos corrientes de sentimientos y de ideas que endurecían más sus entrañas: el fanatismo religioso de la Edad Media persistente aún, y el renacimiento pagano, que, al traernos las elegancias y los primores, las artes y las letras de la clásica antigüedad, nos trajo también no poco de su corrupción, de sus vicios, de sus pasiones sensuales y de su sed de deleites y bienes de fortuna.

Según parece, el poeta refiere en la última, bajo del nombre de Don Fernando, las aventuras de una parte de su juventud. Pero como la poesía puede ir mezclada con la realidad, es conveniente no dar entero crédito á cuanto en ella dice, y en este concepto el Sr.

Era igual á las mujeres descritas por el doctor Flimnap que vivían en las épocas anteriores á la Verdadera Revolución. Ra-Ra contaba las últimas aventuras de su existencia errante y sus trabajos para destruir el despotismo femenino. Creía en un triunfo próximo con la fe de los visionarios, que siempre colocan la victoria de sus ideales dentro de breve plazo.

No fue presuntuosidad de vanidoso la que se le entró al alma, ni vanagloria súbita de aventuras absurdas, sino una sorpresa grandísima. ¿De qué nacían aquellas muestras de agrado, comedidas, pero clarísimas? El instante de vacilación al subir al coche, y luego la mirada dulce y triste, ¿qué querían decir? Aquella expresión afectuosa impregnada de modestia, pero ostensible, ¿a qué obedecía?

Volvió á mirar á Torrebianca, y terminó diciendo: Por desgracia, los que llevan con ellos á una mujer carecen casi siempre de esa fuerza que ayuda á realizar sus grandes empresas á los hombres solitarios. Después de este almuerzo, durante el cual sólo se habló del poder del dinero y de aventuras en el Nuevo Mundo, el colonizador frecuentó la casa, como si perteneciese á la familia de sus dueños.