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La vida errante del piloto Ferragut abundó en dramáticas aventuras. Algunas quedaron vivas para siempre en su memoria, donde empezaban á confundirse tantos recuerdos de tierras exóticas y mares interminables. En Glásgow se embarcó como segando de una fragata vieja que iba á Chile para descargar carbón en Valparaíso y cargar salitre en Iquique.

Víneme á Madrid desde San Marcos, no sin algún escrúpulo é inapetencia, porque no ha habido vez en que yo haya vuelto á Madrid desde que salí de él á aventuras, que no me haya sucedido una desventura.

Lo contrario le avino a su amo, al cual en aquel punto se le representó en su imaginación al vivo que aquélla era una de las aventuras de sus libros.

Capítulo XXXVII. Que prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras

Como Cervantes pintó con la pluma, Velázquez escribió con el pincel. Las aventuras de un pobre loco, unos cuantos cuadros, rescataron para la Patria la gloria perdida por los más altos poderes del Estado. AP

Había vivido sin saber por qué ni para qué, amontonando peligros y aventuras sólo por el gusto de salir victorioso. Tampoco sabía con certeza qué es lo que había deseado hasta entonces. Si era dinero, había afluido á sus manos en los últimos meses con una abundancia exorbitante... Ya lo tenía, y no por ello era feliz. En cuanto á gloria profesional, no podía desearla mayor.

Sueño con peligrosas aventuras, con el Sol de gloria que mi paso alumbre; desdeño las monótonas llanuras y alzarme quiero a la difícil cumbre, cual águila que vive en las alturas sin rendirse a ninguna servidumbre. SUE

Había, , sabido mil aventuras suyas de éstas que, por una contradicción inexplicable, honran mientras sólo las sabe todo el mundo en confianza, y que desacreditan cuando las llega a saber alguien de oficio, pero nada más. Ocurriome en esto, noches pasadas, ir a matar a una casa la polilla de mi relación; y a pocos pasos encontreme con mi primo.

Los dos bultos eran Mesía y Quintanar, que ebrio de confidencias perseguía a su amigo íntimo con el relato de las aventuras de su juventud, allá en la Almunia de don Godino. Don Álvaro se dejó caer en el sofá, soñoliento y soñador; no oía a don Víctor, oía la voz del deseo ardiente, brutal, que gritaba: «¡hoy, hoy, ahora, aquí, aquí mismo!».