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Actualizado: 29 de junio de 2025
Sí, Torres le dijo pocos días antes que Refugio había cobrado en casa de Trujillo diez mil reales que su hermana le mandaba para poner el establecimiento. El tiempo ahogaba; la situación no admitía espera. Sin detenerse a meditar la conveniencia de aquel paso, se aventuró a darlo.
Hasta se aventuró varias veces a llevarla a un palco segundo en el teatro y a permanecer allí metido detrás de las cortinas. Se comprendía que aquel triunfo de última hora halagaba su amor propio, le enajenaba de gozo. El señor Ángel era un buen hombre, hábil en su oficio y de sentimientos honrados, pero extremadamente pusilánime.
Al despedirse de ellos tropezó con Mercedes la Cardenala, á quien no había vuelto á hablar desde la memorable noche en que Soledad fué á buscarle á su casa. Como el buen humor le retozaba en el cuerpo, se aventuró á detenerla, saludándola con afectuosa expansión. La muchacha, sorprendida de aquel arranque, estuvo fría, circunspecta y no dejó de mortificarle con algunas palabritas amargas.
Cuando supo que esto no podía ser porque Obdulia asumía toda la responsabilidad y declaraba haber engañado a su confesor, experimentó profundo pesar. Tanto era su anhelo de exterminar al P. Gil, que aunque hacía ya muchísimo tiempo que sus relaciones con aquélla eran tirantes, y aun puede decirse de abierta hostilidad, se aventuró a tantearla.
Hablose en la mesa del tiempo, del gran calor que se había metido, impropio de la estación, porque todavía no había entrado Julio, aunque faltaban pocos días; de los trenes de ida y vuelta, y de la mucha gente que salía para las provincias del Norte. Con cierta timidez, se aventuró Fortunata a decir que su marido debía dejarse de píldoras, y decidirse a ir a San Sebastián a tomar baños de mar.
El sentimiento de la realidad iba poco a poco recobrando su imperio. Mas la realidad érale odiosa y trataba de mantenerse en aquel estado delirante. Un individuo de los que la siguieron se aventuró a detenerla en toda regla, llamándola por su nombre. «¡Pero qué tapadita va usted!... Fortunata». Detúvose ella ante el que esto dijo.
Y, en efecto, cuando las sombras de la noche invadieron la plazoleta, seguro ya de no llamar la atención, el forastero se aventuró a tomar parte en el baile.
V. lo entiende mas que yo, dice el rudo encogiéndose de hombros; y luego meneando cuerdamente la cabeza añade: no señor; repito que el negocio no me gusta; yo por mi parte no entro en él; V. se empeña en que ha de ser tan provechosa la especulacion; enhorabuena; allá veremos. Yo no aventuro mis fondos. La victoria en la discusion queda sin duda por el proyectista; pero ¿quién acierta?
Allá se fue Benina despacito, porque el sujeto que la guiaba era de lenta andadura, como quien anda con las nalgas encuadernadas en suela, apoyándose en las manos, y estas en dos zoquetes de palo. Por el camino, el hombre de medio cuerpo arriba aventuró algunas indicaciones críticas acerca del moro, y de su conducta un tanto estrafalaria.
Pasó cautelosamente de silla en silla, como una chicuela que desea escaparse, llegando de este modo hasta el comedor. Allí cobró ánimo, y poniéndose de pie, se aventuró francamente en un pasadizo inmediato. Casi tropezó con la doncella, que volvía al salón llevando más agua caliente para el té. La vieja la saludó con un bufido implacable. ¡Presumida!... ¡Fea!
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