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Actualizado: 20 de octubre de 2025


Obedeció ésta sin gusto, sólo por complacer á la que tantas pruebas le había dado siempre de cariño. Cuando regresaron á casa iba á comenzar el crepúsculo. Detuviéronse orilla del río en un paraje sombreado de avellanos, donde se tomaba la barca, y esperaron que ésta volviese de la otra orilla. De improviso se presentó en aquel sitio Nolo, que también quería atravesar el río.

Todavía aquella privilegiada tierra está brindando á sus naturales con su fertilidad prodigiosa: fuera de los olivares, naranjales, higuerales, granados, cidras damasquinas y moreras de que se cubren sus laderas aun negligentemente labradas, produce la montaña sin que intervenga la mano del hombre, arrayanes, lentiscos, algarrobos, almezos de dulcísimo fruto, pinos, avellanos, castaños y acebuches.

Está asentada en la falda de una de las colinas que aprietan la estrecha garganta por donde corre el riachuelo de Villoria. Por debajo linda con éste y á su orilla tiene un hermoso soto de avellanos y tilos. Por arriba y por ambos lados se extiende la colina vestida de frondosos castañares.

Era casi circular y alcanzaría dos kilómetros de diámetro. Nada más fértil y frondoso que aquel pedacito de tierra llana circundado de altísimas montañas. Todo él estaba dedicado á pradería y semejaba una alfombra donde los setos guarnecidos de avellanos trazaban los dibujos. El río corría por el medio más sereno y tranquilo que en la cañada.

Entonces siguió un instante por sus orillas, sombreadas de avellanos, hasta el paraje más oculto y umbrío, donde solían lavar las doncellas de Entralgo cuando en el verano los rayos del sol quemaban demasiado. Allí la encontró. Acababa de llegar y tenía depositado en tierra su cesto de ropa sin haberlo tocado todavía.

Emprendió la marcha inmediatamente y con no poca celeridad, aumentando ésta á medida que la idea terrible de no llegar á tiempo se iba apoderando de su revuelto cerebro. Ya estaba en la carretera... ya cruzaba el puente... ya caminaba por el túnel de avellanos... ya estaba en el pueblo. Acercóse al palacio lleno de susto, y vió salir á un criado de una de las cuadras.

Los negros muros y el romántico campanario de la iglesia, unen en verano el umbrío fresco de su sombra a la sombra de la cerca de avellanos, dando a aquella parte del jardín un aspecto especial de oscuridad y recogimiento como la melancolía de un santuario. Este era el lugar predilecto de nuestra madre durante las cálidas horas del mediodía en la estación de las recolecciones.

Hoy día, los jardines de aquella mansión no están separados del rústico cementerio más que por una cerca de bosques y avellanos y por algunos viejos nogales, cuyas nueces, a merced de los pastores, como de todo el mundo, caen sobre las tumbas de los muertos.

Para mejor recrearse, no quiso seguir el camino que ceñía la ladera: prefirió caminar por el álveo mismo del arroyo, que en el verano estaba casi enjuto. Formaban sobre él los avellanos que salían de las fincas lindantes una espesísima bóveda, tan baja que a veces no permitía el paso de un hombre sin doblarse: en ocasiones llegaba hasta interponerse como una barrera, como una muralla de verdura: entonces nuestro joven se veía obligado a buscar un agujero por donde colarse, sosteniendo con las manos el ramaje mientras pasaba. A un lado y a otro veía, por entre las hojas, la alfombra verde de las praderas que el sol matizaba de oro. En el cauce del arroyo no penetraban sus rayos. Era un túnel fresco y oscuro; tan fresco que, a pesar de lo elevado de la temperatura, sentía de vez en cuando leves escalofríos. Si las ramas de los avellanos no le permitían caminar derecho, la naturaleza del suelo tampoco le dejaba afirmar el pie con desembarazo. El lecho del arroyo era pedregoso y desigual. Además, aunque no trajese mucha agua, todavía era la bastante para formar menudos charcos, que se veía obligado a salvar saltando de piedra en piedra.

Se sube un poco mas y aparecen los bosques de hayas ó variedades de encinas, los matorrales interminables de avellanos silvestres y muchos otros árboles frutales resistentes, como el cerezo. Las legumbres escasean ó faltan, los trigos no medran, reemplazados por el heno; todo va cambiando de aspecto.

Palabra del Dia

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