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Actualizado: 20 de julio de 2025


El cortejo nupcial cruzó el pueblo y ascendió por el estrecho camino de la iglesia sombreado de avellanos. Al desembocar en el campo de la romería ésta se hallaba en todo su apogeo. Pero la entrada de tan grande y lucido concurso no causó en ella el movimiento natural, porque en aquel momento se iniciaba una reyerta formidable entre mineros y aldeanos.

Era un campo de figura irregular, más verde que los contiguos por tener riego, todo él circuido por dos filas de avellanos, cuyas ramas, saliendo de la tierra en apretado haz, tomaban la forma de enormes ramilletes. La figura de Rosa sentada en medio y la de las vacas que, diseminadas, mordían tranquilamente la yerba, resaltaban como puntos negros sobre el verde claro del césped.

Buen trecho antes de llegar disparó un tiro, como si en efecto anduviese de caza, mas en vez de preparar con esto el encuentro y hacerlo más casual, lo echó a perder. Rosa, advertida de su presencia, fuese corriendo a ocultar entre los avellanos de las lindes. Cuando bajó hasta tocar en ellas y echó una mirada al prado, no vio más que a las vacas.

En efecto, la carretera terminó bruscamente cerca de una fuerte apretura de los montes, donde se asentaba un caserío de poca importancia. Desde allí siguieron por un camino tan pronto ancho como estrecho, que faldeaba la montaña a semejanza de la carretera, y estaba sombrado a largos trechos por los avellanos de las fincas lindantes. El paisaje era cada vez más agreste.

Al cabo, mal de su grado, se vieron necesitados á replegarse, y volviendo la espalda, huyeron por la estrecha cañada sombreada de avellanos. Los de Lorío y Rivota los persiguieron largo trecho hasta los confines de la parroquia. Luego se volvieron apresuradamente para desbaratar á los que luchaban todavía en el pueblo.

Como su resplandor era demasiado intenso, el capitán en vez de bajar por medio del prado á Entralgo prefirió seguir la calzada estrecha que lo rodeaba sombreada de avellanos y castaños. Por ella caminaba tranquilo y alegre cuando delante de él se apareció de improviso D. Lesmes caballero en su briosa jaca.

Hácia la cumbre el bosque disminuye y se aclara, y las pequeñas praderas de pasto natural se desarrollan como hermosas alfombras, salpicadas de lindas flores de mil matices y bosquecillos de avellanos enanos, y se aspiran con infinita delicia las brisas de las montañas, cargadas de aromas desconocidos.

Y cuando se hubieron saciado las soltaron y se alejaron riendo, mientras ellas, sacudidas por una violenta cólera, agarraban del río enormes pedruscos y se los lanzaban con una fuerza que sólo la indignación y la vergüenza pueden prestar. Desaparecieron al cabo de su vista por detrás del espeso matorral de mimbreras y avellanos. Quedaron las zagalas un momento inmóviles.

Avanzaron á marcha forzada por él, y llegando á la peña de Sobeyana se detuvieron. Era el sitio más á propósito para la siniestra emboscada que preparaban. Ocultos entre los avellanos y nogales que guarnecían el camino esperaron. No se tardó media hora sin que llegasen á sus oídos los ¡ijujús! de los del Condado, que regresaban los primeros á sus casas henchidos de alegría y orgullo.

La claridad de la luna prestaba fosforescencia á la espuma de sus remolinos. Un poco más lejos se extendía límpido y tranquilo en un remanso dilatado que sombreaban por ambos bordes dos filas de espesos avellanos. Después que hubo pasado el puente, entró por el estrecho y sombrío camino que le separaba de las casas de la Segada y del palacio condal.

Palabra del Dia

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