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Actualizado: 12 de agosto de 2024


Avanzó como pudo por las calles, enfangándose hasta más arriba del tobillo: su oído le decía que no cruzaba apenas ningún transeúnte; los coches no hacían ruido, y estuvo expuesto a ser atropellado por uno.

Los fieles aprovecharon este momento para estornudar, sonarse, toser, bostezar, suspirar, volverse de un lado y de otro... Después se hizo el silencio... ¡el más profundo silencio! El predicador avanzó hasta el borde del púlpito, apoyó en él sus manos huesudas y velludas; sus ojos brillaban bajo sus espesas cejas rojas y su boca esbozaba una singular sonrisa... después comenzó: *

Obdulia tenía la tez pálida, extremadamente pálida, donde brillaban unos ojos negros grandes y hermosos como pocos. Sus cabellos eran negros también y abundantes, su talle delgadísimo. Todo en su persona indicaba un temperamento enfermizo. No podía llamársela con justicia hermosa, pero interesante y distinguida. Avanzó lentamente por la capilla.

Despojábase de los pescados de su cintura para repartirlos en las mesas, y las mujeres chillaban al sentir en sus manos la frialdad blanducha y viscosa de estos presentes. Así avanzó por todo el comedor, seguido de la risa inacabable de los buenos germanos, que encontraban este espectáculo de una gracia irresistible.

El maestro Durand fue a cumplir las órdenes del capitán, murmurando: ¿Qué querrá hacer? Es raro... ¡Aquí, grumete! gritó Kernok a Grano de Sal que estaba enjugando con aire de tristeza el reloj que le había legado el maestro Zeli, porque estaba cubierto de sangre. El marmitón levantó la cabeza; las lágrimas brillaban en sus ojos. Avanzó hacia el terrible capitán, pero sin el menor temor.

¡Si no es para hacerte daño, mujer! profirió él deteniéndose. Sólo quiero decirte dos palabras al oído... dos palabras solamente. Pues yo no quiero oirlas... ¡No te acerques! Plutón avanzó algunos pasos y ella retrocedió otros tantos blandiendo en su mano derecha la hoz. En cuanto te las diga me marcho manifestó él sonriendo diabólicamente. ¡No te acerques! exclamó de nuevo retrocediendo.

Por eso cuando salió el coche, avanzó ella a escape sin temor de ser atropellada por los caballos, llegó hasta la portezuela, y con la presteza del asesino que alarga el puñal, alargó un papel arrollado en forma de canuto. El papel cayó en el coche, y las dos personas que iban en este se inclinaron al mismo tiempo para cogerlo. ¡Oh dicha!

De repente avanzó hacia la calle del Sordo, mirando, no sin disimulo, a tres individuos que acababan de salir del Congreso. Uno de ellos se distinguía por su gabán claro. «¿Al fin nos vamos? preguntó D. José con alegría. No se enfade usted conmigo, padrinito dijo Isidora mirándole . Le quiero a usted mucho». Avanzaban por la calle del Turco.

Mina, luego de mirar a un lado y a otro, avanzó sobre Fernando con los brazos abiertos. «Novio... novio míoFue un beso rápido, pero vehemente, con acometividad, distinto de los prolongados y lánguidos de la noche anterior.

Las picas de un escuadrón de lanceros brillaban á lo lejos, y delante de esta tropa estaba, el Capitán General de Madrid, á caballo, esperando con grande aplomo y entereza. Este hombre avanzó seguido de dos ó tres, y señalando con el sable, intimó la orden de retirada á los del retrato. Hubo una rápida consulta de miradas entre éstos.

Palabra del Dia

cabreros

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