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Actualizado: 12 de junio de 2025


Vio agitarse los matorrales como movidos por una bestia obscura, cautelosa y maligna. Allí estaba el enemigo. Primero avanzó la cabeza, luego el busto, al fin sacó las piernas de entre el ramaje crujidor.

Olvidado siempre de sus piernas, o equivocado sobre su valor intrínseco, avanzó hacia la puerta pisando muy fuerte, la abrió y gritó como un trueno: ¡Doña Tula! ¡doña Tula! Al instante se oyó una vocecita lejana: ¿Qué se ofrece, don Oscar? Tenga usted la bondad de venir un instante volvió a decir el cíclope-enano. En seguidita.

Avanzó suavemente hacia la mesa de trabajo, y el joven, habiendo levantado los ojos, vio surgir de la penumbra el rostro de la que amaba. No pareció sorprendido; mirando la aparición con sonrisa de extático, murmuró como en sueños: ¡Fantasma querido!

Más allá existirían tal vez tierras firmes. Avanzó con precaución á través de las aguas alborotadas, sufriendo violentas sacudidas sobre tres líneas de olas, que casi le hicieron zozobrar. Pero una vez pasado tal obstáculo, se vió en un inmenso y tranquilo circo de agua.

Era esto harto común en aquellos tiempos de alborotos continuos, y la berlina avanzó, sin acortar su carrera, hasta la calle de Alcalá, para tomar luego por la del Barquillo.

Este oficio era un arte y estaba en relación con las aficiones despertadas en Marcelo por sus estudios forzosamente abandonados. La madre se retiró al campo buscando el amparo de unos parientes. El avanzó con rapidez en el taller, ayudando á su maestro en todos los trabajos importantes que realizaba en provincias.

Si rompe usted el pacto, no entrará aquí, ni aun por el balcón como esta noche. ; amigos y nada más murmuró Rafael con sincero acento de tristeza que pareció conmover a Leonora. Sus ojos verdes se iluminaron; brilló el polvo de oro que moteaba sus pupilas y avanzó hacia Rafael, tendiéndole la mano. Buen muchacho; así me gusta: resignado y obediente.

Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio: ¡Bertita! Nadie respondió. ¡Bertita! alzó más la voz, ya alterada. Y el silencio fué tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento. ¡Mi hija, mi hija! corrió ya desesperado hacia el fondo.

Cuando terminó, Tristán, que le escuchaba sin pestañear, volvió la cabeza con desdeñosa indiferencia y avanzó los cinco pasos que le habían señalado. Nanín hizo lo mismo. El testigo volvió a dar las palmadas convenidas. Los dos tiros partieron.

En la glorieta del puente de Toledo, entre las dos pirámides de piedra que descansan en su pedestal sobre los boliches dorados, como dos gigantescas mesillas de noche, vio una masa obscura con puntos brillantes: una fila compacta de hombres negros. Era la policía cerrando el paso. El entierro avanzó sin titubear.

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