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La luz difusa del cielo, penetrando por las ventanas, proyectaba en el suelo unas manchas de tenue claridad. Dupont, en este silencio creyó oír el sonido de una respiración, el tenue remover de alguien tendido en el suelo. Avanzó. Sus pies tropezaron con unas arpilleras y sobre ellas un cuerpo.

Apareció en el primer tramo de la escalera el portacruz, avanzando horizontalmente su insignia de dobles brazos para que pasase bajo el arco de la puerta. Después, entre familiares, y seguido por la sotana morada del obispo auxiliar, avanzó el cardenal, vestido de púrpura, que apagaba el rojo violáceo de los canónigos.

Pero no pudieron. Otra mujer apareció abriendo rudamente una puerta... Era Alicia, con las ropas en desorden y el pelo alborotado. Viendo al príncipe, levantó las manos y avanzó, muda é impetuosa, como si pretendiese abrazarlo. ¡Al fin!... Nada le importaba la presencia de Valeria; no la vería.

La noticia de la llegada de Joaquinita los tenía sobresaltados: se anhelaba saber lo que había pasado. Pero antes de que nadie hablase ni el sacerdote diera paso alguno por la sala, Obdulia se levantó de la silla, avanzó precipitadamente a su encuentro y se dejó caer de rodillas a sus pies.

La prueba de ello es que cuando se escuchó en una de las pesebreras la voz de: «¡Que salga el autor!», en todas las demás se pusieron a gritar lo mismo, y los convidados expresaron con la boca llena idéntico deseo. D. Gaspar salió al fin al escenario y avanzó, doblado como un arco, hasta el borde del tablado.

Basilio, sin saludar, avanzó lentamente y en voz que hizo estremecerse al joyero, dijo: Señor Simoun, he sido mal hijo y mal hermano; he olvidado el asesinato del uno y las torturas de la otra ¡y Dios me ha castigado! Ahora no me queda más que una voluntad para devolver mal por mal, crímen por crímen, ¡violencia por violencia! Simoun le escuchaba silencioso.

Esta actitud hizo comprender a Miguel que la brigadiera nada le había dicho de la carta ni de la cita. Después avanzó lentamente hacia él manifestando siempre la misma sorpresa mezclada de terror, sin hacer caso de la sonrisa tranquilizadora de su hermano: cuando éste la tuvo cerca, avanzó también algunos pasos, y cogiéndola por la cintura, la dio un par de sonoros besos en las mejillas.

El santo varón quiso revestir su fisonomía y su persona de las apariencias de severidad y estoicismo que tan propias eran del momento, y aunque la proximidad y el aullido de los asesinos hicieron palpitar de temor su corazón fuerte, se sobrepuso a la angustia del momento y avanzó con paso seguro por la galería.

Aprovechó un momento en que estaba desierto el paseo para deslizarse por una escalera. Bajó dos pisos sin encontrar a nadie. Luego avanzó por un pasadizo, de puntillas sobre la tupida alfombra roja con grandes redondeles, en cuyo centro se ostentaba el nombre del buque. De algunas puertas surgían furiosos ronquidos. Creyó que sonaban detrás de él leves roces, como si alguien le siguiese.

A los arrebatos del encono sucedía el abatimiento del desengaño, ignorando al mismo tiempo si amaba aún á aquella infeliz ó si la despreciaba. Pasaron las horas; la noche avanzó, y él continuaba en la agitación. No pensaba acostarse, ni sentía sueño, ni necesidad de reposo; antes al contrario, los impulsos de su naturaleza eran hacia la zozobra, la inquietud, el movimiento.