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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Obdulia tenía la tez pálida, extremadamente pálida, donde brillaban unos ojos negros grandes y hermosos como pocos. Sus cabellos eran negros también y abundantes, su talle delgadísimo. Todo en su persona indicaba un temperamento enfermizo. No podía llamársela con justicia hermosa, pero sí interesante y distinguida. Avanzó lentamente por la capilla.
Por entonces comenzó a llamársela la Montálvez, llaneza que acreditaba su bien adquirida popularidad, como en otro tiempo la había acreditado, entre la juventud de rechupete, otra llaneza, algo más fina y culta: Nica Montálvez. Lo cierto es que Madrid se llenó de cosas de la Montálvez, y que hasta las que rodaban por tertulias y cafés sin madre conocida, se le atribuían a ella.
No podía llamársela hermosa; pero su fisonomía tenía tal animación, sus ojos brillaban con tanta gracia y su boca se plegaba con tal malicia al sonreír dejando ver unos dientes de ratón blancos y menudos, que siempre había tenido muchos adoradores.
Palabra del Dia
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