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Actualizado: 21 de julio de 2025


Su júbilo rayó en paroxismo al momento que, tendiendo la mano abierta, encima de cada dedo fue el señor Rosendo calzándole una torre de barquillos: quedose extasiada mirándolos, sin atreverse a abrir la boca para comérselos. Estando en esto, el alférez volvió casualmente la cabeza y divisó del otro lado de los bancos un rostro de niña pobre que devoraba con los ojos la reunión.

Ella, al verle tan contento, nada resentido, rabiaba por atreverse a preguntar; y él, muy satisfecho con el engaño del ama que había sido en su provecho, rabiaba por decir algo; pero los dos callaban. No había más que ciertas miradas mutuas que ambos sorprendían a veces.

Tal vez esto sea lícito... Yo me informaré del confesor... Detrás de ese cielo azul está Dios contemplándonos. Si ahora refrenamos nuestro gusto, iremos á juntarnos á él después de la muerte y podremos amarnos por los siglos de los siglos... Pedro bajó la cabeza sin atreverse á contradecirla. La condesa le interrogaba con la vista.

En el mar, ; ¡pero en estos bosques, donde no pueden verse el sol ni las estrellas! Pero tengamos paciencia. No veo otro remedio por ahora. Construyeron una pequeña choza con hojas y ramas entrelazadas, y se guarecieron en ella para pasar la noche sin atreverse a dormir, por temor de no oir los gritos o señales de sus compañeros. Las horas pasaban sin que Cornelio ni Van-Horn volviesen.

Estaba dormida, y tenía la calma, el dulce e insensible respirar que hace sagrado el sueño de los niños. Julián no se cansaba de mirarla así. ¡Santita de Dios! murmuró apoyando los labios muy quedamente en la gorra, por no atreverse a la frente. Cójala usted, Julián.... Ya verá lo que pesa. Ama, déle la niña....

Y como en esto alumbraba el sol ya muy a menudo, volvió la mujer gris a hacer de las suyas y a preguntarme a cada paso con sus ojos angustiados, por no atreverse a hacerlo de palabra, en qué pararía la noche menos pensada lo que había quedado pendiente en la de la muerte de su amo.

¡Oh, qué Angel de la Guarda nos ha salvado! exclamó la reina. Un milagro de Dios, señora dijo el padre Aliaga. ; , Dios se vale de los hombres... pero dejadme sola, fray Luis, tengo sospechas... quiero averiguar... al salir, decid á la condesa de Lemos que entre. El padre Aliaga se levantó, besó la mano que le tendió Margarita, sin atreverse á posar demasiado los labios sobre ella, y salió.

Acababa de morir. Maltrana quedó inmóvil, con la cabeza baja, anonadado por la noticia. Después fijó en el doctor sus ojos interrogantes. ¿Y qué han hecho de ella?... ¿Y el cadáver? ¡Dime, por Dios, dónde lo llevaron!... Sentía un remordimiento inmenso por su egoísmo y su cobardía. Deseaba visitar su tumba, ya que había pasado los días vagando, sin atreverse a verla en el hospital.

Rosa, al oír aquel cúmulo de asquerosidades, pensó que su tío se había vuelto loco o que tenía algún diablo metido en el cuerpo, como había oído muchas veces referir en los ejemplos de las novenas, y huía de él cuidadosamente, y andaba por la casa sobresaltada, inquieta, aterrada, aunque sin atreverse a contar lo que sucedía a su padre ni a Ángela.

Pero, prosiguiendo su soliloquio de preguntas, Chemed prosiguió también su camino, sin interrogar al mancebo, que parecía estar furioso, y sin atreverse siquiera a pararse y a bajar de la silla de manos, en medio de gente extraña, cuya lengua no entendía, porque hablaban el ibero, que, como ya queda dicho, era lo que se llama hoy el vascuence.

Palabra del Dia

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