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Actualizado: 10 de junio de 2025
Era de estos vascos que dejan todo su lastre de intolerancia y de fanatismo al pisar el primer barco. Había echado la sonda en la sima de la estupidez y de la maldad humanas y sabía a qué atenerse. Mi abuela no se entendía bien con él y arrastraba a su hija, a mi madre, a ponerse en contra de su marido. Sin duda el instinto de suegra le cegaba.
Pues que D. Pedro de Toledo seguía diciéndole que no dependía de la voluntad del Rey ni de la de su Ministro una gracia opuesta á las atribuciones del Santo Oficio , sabiendo bien á qué atenerse, evidentemente esquivaba la ocasión de destruir las ilusiones del pobre anciano, restringidas al único pensamiento de dejar los huesos en tierra española.
El uno preconizaba el uso del agua fría en los baños; el otro se revolvía contra este procedimiento y afirmaba con datos estadísticos que el agua fría aumentaba la mortalidad un treinta y cuatro por ciento, mientras el uso del agua caliente la rebajaba hasta un veintitrés. El resultado de esto era que nadie sabía a qué atenerse en la casa y todo el mundo andaba de cabeza.
Sus remordimientos de engañar a D. Joaquín no la mortificaban demasiado, pues, aunque ella repugnaba el engaño y nunca había engañado a nadie sino a D. Joaquín, todavía se figuraba ella que en realidad no había tal engaño. Nada disimuló ni ocultó al casarse, y su marido por lo tanto debió comprender desde luego a lo que había de atenerse. Ella le hizo confesión general anticipada.
Al pensar esto, un sudor frío le subió por la espina dorsal.... Recordó, en síntesis de dos o tres frases, el diálogo que aquella misma noche había sorprendido: el de Nepomuceno con Marta. ¡Oh! ¿Sería sino de los Reyes? ¡Nacía uno más... y... nacía en la ruina! ¡Estaban arruinados, o iban a estarlo muy pronto; eso había dicho el tío, que sabía a qué atenerse!
Si quieren ir que vayan; pero ya saben a qué atenerse. Fué imposible hacerle variar de resolución. Don Mateo rogó primero, se enfureció después, y con el derecho que le daban sus años y las nobles intenciones que siempre le animaban, y de las cuales nadie dudaba en la villa, dijo cuatro frescas a Maza y a los dos concejales que allí estaban presentes. Ni el bilioso alcalde ni éstos se enojaron.
Pero su asiduidad no tardó en cambiar de forma y cesó ante el señor de Tragomer. La verdad es que el tal Sorege veía desaparecer rápidamente la fortuna de la casa, pues estaba demasiado al corriente de las locuras de su amigo y acaso las fomentaba lo suficiente para saber á qué atenerse respecto al dote de la señorita. Estaba seguro de que el hijo de la casa dejaría en la calle á su familia.
A las «aspirantes» las deslumbra hablando de las princesas y duquesas que lleva tratadas en su vida de predicador mundano. Pretende halagar a las «potencias hostiles» hablando de sus países con grandes elogios y dando a entender que en Europa todos saben a qué atenerse en la apreciación de unos pueblos y otros, distinguiendo entre el valor real y el bluff.
Desde el día en que el médico dijo que el comer bien era ya oportuno, ella, con lágrimas en los ojos, comió cuanto pudo. A no haber oído aquella conversación de las tías, la pobre huérfana no se hubiera atrevido a comer mucho, aunque tuviera apetito, por no aumentar el peso de aquella carga: ella. Pero ya sabía a qué atenerse. Querían engordarla como una vaca que ha de ir al mercado.
Tres años pasó Santiago sin saber a qué atenerse y temiendo siempre lo peor. Yo creo que todo ese tiempo necesitó Ramona para estudiar a fondo las malicias de Santiago y el terreno a que éste pretendía conducirla. Un día le dijo que continuara hablándole de aquello de que había comenzado a hablarla. ¡Como si hubiera sido la víspera!
Palabra del Dia
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