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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Nos proveemos de dos billetes de interior, ocupamos nuestros asientos, la hora se acerca, los viajeros se dan prisa, la bocina del conductor da la señal, muévese el carruaje y los Campos Elíseos quedan á la derecha. He dicho carruaje, y en verdad que no es este el nombre que más le cuadra. El ómnibus que nos conduce es una lancha cañonera, y una tribu que anda dentro de una casa de palo.
En breve los curiosos ocuparon les asientos; cerráronse las puertas y unos cien espectadores aguardábamos el gran concierto.
Alto en el sitio alegre Apolo hacia, Y alli mandó que todos se sentasen A tres horas despues de mediodia. Y porque los asientos señalasen El ingenio y valor de cada uno, Y unos con otros no se embarazasen; A despecho y pesar del importuno Ambicioso deseo, les dió asiento En el sitio y lugar mas oportuno.
Este abandono fué en aumento después de 1834, y como quiera que por las autoridades locales se olvidó por completo el adorno y cuido de aquella alameda, desaparecieron de ella los antiguos árboles que le prestaban agradable sombra, los primitivos asientos y los aguaduchos donde tan animadas tertulias se formaban.
Pasen ustedes decía doña Teresa rodando en torno de sus amigas, que no se decidían a abandonar los asientos . Hagan ustedes el favor de seguirme. Vamos al comedor; allí hace más fresco. Todos adivinaban lo que significaba tal invitación. ¡Oh, no señora; muchas gracias! Ellos no podían permitir tantas molestias.
Pero, no importa: seguros debemos estar de que no yerra y de que el peligro existe; es algo amenazador que flota en el aire, que vibra, como un gruñido de cólera, en el estrépito con que los espectadores van ocupando sus asientos.
Más de media hora empleó toda aquella procesión en ocupar sus asientos; la gradería mayor quedó recubierta de insigne muchedumbre. Los inquisidores se colocaron en el centro; el estado eclesiástico hacia el septentrion; la ciudad y los caballeros, hacia el mediodía. Los reos, acompañados de los familiares y religiosos, llenaron a su vez el otro cadalso.
¡Vamos... a nuestros asientos! contestó Ricardo al abrir la puerta del coche-restaurant, y agregó al asegurarse la gorra, que tenía puesta: ¡Cuidado con las gorras! que se ha levantado viento. Al encontrarse nuevamente en el sitio que ocupaban, dijo Melchor: ¿Los diarios, no?... ¿Tú querías los diarios, Ricardo? Sí... pero, ¿quieres creer...? A mí también me está dando sueño.
El pianista, por no haberlas oído, continuó tocando; pero tuvo que detenerse, pues el señor humilde y anónimo que iba de un lado á otro como un doméstico se acercó á él, tomándole las manos. Al cesar la música, las parejas quedaron inmóviles; y, finalmente, con una expresión aburrida, volvieron á sus asientos. La condesa empezó á recitar.
Parejas amigas, de cuyas intimidades se ocupaban con deleite los murmuradores, permanecían en los asientos de la cubierta, sin verse, sin conocerse, volviéndose la espalda, faltos de fuerzas para cambiar una palabra, deseando tranquilidad y olvido. El bienestar animal de la digestión y la atmósfera ardiente rechazaban el amor a segundo término durante unas horas, como algo molesto e intolerable.
Palabra del Dia
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