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Actualizado: 7 de junio de 2025
Armose juego de peonza en un paraje, en otro de salto, más allá de aro, y así se distribuyeron en un instante todos; el coronel se puso, como siempre, a dibujar, copiando del natural un carromato, y don Leandro se fue a un lugar apartado a sonar la flauta acompañado solamente de tres o cuatro discípulos; mientras el cura, que desde que había expulsado la solitaria andaba muy galán y boyante, se divertía, tumbado en el suelo, en levantar a pulso dos niños, uno en cada brazo.
Cuando dos o tres habilidosos se reúnen y se complementan, las joyas van a ellos como el acero atraído por el imán. Jamás se reúne con los que no son de su arte, a no ser cuando entra por el aro del diablo, con tal de hacer plata. Cuando ya son muy conocidos en sus mañas, y no pueden trabajar, se dedican a schacar escabios, es decir, a robar a borrachos.
Sus manos blancas y femeniles atormentaban la cadena de acero del reloj, y en el meñique de una de ellas rojeaba grueso carbunclo, al lado de otro aro inocente, sortija de colegiala, sobrado estrecha para el dedo, una crucecica de perlas sobre un círculo de oro. Y, en resumen, ¿de Miranda, no se sabe nada, nada? preguntó oído el relato. Nada hasta hoy afirmó gravemente Artegui.
Sumido estaba aún el artista en estas crueles cavilaciones, cuando la cortina de antigua tapicería que cubría la puerta del taller abrióse de pronto dejando ver el fresco y lindo rostro de Marcela. ¿Te incomodo, papá? No, hija mía respondió éste cubierto de densa palidez. ¿Puedo entrar? Sí, mi vida. Y entró la niña, con un aro en la mano, presentando a su padre la frente. ¿Estás triste, papá?
Aunque no fuese más que un sencillo aro de oro, este pormenor era lo que más llamaba la atención de sus conciudadanos. En cuanto se hablaba de Manuel Antonio salía el dichoso brazalete a relucir; como si no hubiese nada en su interesante figura más digno de excitar la curiosidad.
Unos cuantos segundos más y el disco se llenaba de viento y se convertía en aro. Con un brusco impulso de la varilla echábalo fuera para empezar de nuevo la operación. No será necesario decir que aquellos roscos amarillos, vidriados y tiesos como vejigas eran buñuelos.
Ha dicho no sé quién creo que Selgas que se conocen los niños que se crían sin madre. ¡Qué cierto es esto! ¡Cuántas veces en mi querida España, en las templadas tardes del Otoño, he admirado en los jardines del Parterre, aquellas bandadas de alegres niños entretenidos en sus juegos! ¡Cuántas otras, al caer cerca de mí un volante ó llegar rodando un aro, he detenido al pequeño ser que lo buscaba!
El entonces cogió la vieja hacha de su padre y con ella al hombro proseguía sus tétricos paseos. Cada vez que salía de casa, Tandang Selo y Julî temblaban por su vida. Esta se levantaba de su telar, se iba á la ventana, oraba, hacía promesas á los santos, rezaba novenas. El abuelo no sabía á veces cómo terminar el aro de una escoba y hablaba de volver al bosque.
Aunque ya en sus comienzos el otoño, la noche era templada y magnífica bajo un cielo tachonado de estrellas. Había aún claridad suficiente y Marcelita corría tras de su aro por las angostas calles que rodeaban la fuente.
El señor Neris vivía solo en el vasto castillo desierto arrastrando su pena por los lugares en que su hija había vivido y crecido ante su mirada paternal y donde a cada paso encontraba sus huellas, en la arena de los paseos por donde se paseaban juntos, corriendo ella delante de él con su aro o apoyada zalameramente en su brazo; en la verde alfombra de las praderas en que la niña retozaba cuando no era más que una pequeñuela, y donde, ya grandecita, cogía para él grandes ramos campestres que le llevaba llena de alegría; en la sala de estudio y en la mesa de trabajo cargada de libros y papeles, donde la traviesa niña se burlaba de los defectos de la institutriz, joven o vieja, guiñando el ojo al indulgente tío, cómplice de sus malicias.
Palabra del Dia
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