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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Isabel distaba mucho de ser tan bella como su hermana; las mujeres no querían concederle el que fuese linda, pero a una gracia encantadora, reunía una viva y ardiente imaginación, impresionable y fácil de exaltar; cualidades o defectos que su educación había desarrollado de una manera notable, porque casi toda su vida había transcurrido en un convento.
Todas estas cosas iban fomentando en su alma entusiasta y ardiente, a par de un cariño fervoroso a las santas instituciones así perseguidas, profunda aversión a sus perseguidores y a los impíos que gobernaban contra la ley de Dios.
Estaba herido de muerte en la imaginación, es decir, flaqueaba por su parte más poderosa. Ya no era aquel joven ardiente que se creía destinado á grandes fines; era un pobre desheredado sin vigor de espíritu, sin esperanza y sin ideas.
Al cruzar el vestíbulo y entrar en el corredor que conducía a la habitación de Laura, la atmósfera de aquella casa en que había nacido su gran amor tan súbitamente perdido para siempre, y donde ahora acaso estaba muriendo su dulce rival querida, la envolvió como en una realidad ardiente. Le parecía de cierto modo revivir. La habitación de Laura estaba ahí, a pocos pasos.
Tanto amor y tan ciego, y en una mujer tan ardiente y con tanto ingenio como doña Catalina, era respetable; más que respetable, terrible. Quevedo llegó á temer si había más que amor en doña Catalina hacia él. Si la ambición la impulsaba á recurrir á él por una poderosa simpatía.
Sí, Juan se había formado para ella, adquiriendo por ella instrucción, educación y hasta la sobria elegancia que le había llamado la atención, cuando vio al joven en el escritorio. Un alma ardiente, leal y sincera como la de María Teresa, no podía enorgullecerse de tal triunfo sobre una alma fuerte.
Pensé, no sin complacencia, en el cuadro encantador que debían ofrecer aquellas dos hermosas criaturas y desde aquel momento se apoderó de mí la curiosidad malsana de poseer á Juana. Las espié y pronto adquirí la evidencia de sus tratos, pues descubrí sus costumbres y sus horas de cita. En sus relaciones había extraños refinamientos de vicio, en los que se descubría la imaginación ardiente de Lea.
Ese día me encontré, en presencia de tanta ruina, con el temor de haber equivocado el camino, solo y casi pobre. Entonces, de improviso, surgió dentro de mi corazón algo como una necesidad, como una ansia, como una sed ardiente de socorro; entonces llegué casi a extender la mano para encontrar a mi lado un apoyo, casi me prosterné a escuchar una palabra de consuelo...
Los síntomas que espresan la accion de la belladona sobre el cerebro son sus mejores indicantes, ya usada sola ó alternada con el acónito, en el delirio agudo, en la frenitis, y aun en el delirium tremens y en la manía, ya esencial, ya unida al histerismo, al estado puerperal ó en el corea, con tal que á los fenómenos congestivos se agreguen algunos de los efectos particulares de la belladona, tales como contraccion de la pupila, fotofobia, ambliopia, chispas en el campo de la vision, alucinaciones alegres, sed ardiente, afonía, tialismo ó boca seca, hidrofobia, disfagia, temblores musculares.
Yo intervine, en realidad, para destruir esa dicha cuando nacía. ¡Ojalá llegue a casarse con él, más adelante! Y Adriana se puso a referirle las conversaciones que con Julio había tenido, y procuró explicarle la clase de felicidad que concibieran juntos. Sus frases se exaltaron, sus ojos despidieron un fulgor ardiente.
Palabra del Dia
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