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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo, ¡salud! te grita el alma que pronto va a partir. ¡Salud...! ¡Oh, que es hermoso caer por darte vuelo, morir por darte vida, morir bajo tu cielo, y en tu encantada tierra la eternidad dormir.

Á estas palabras, que Marenval decía por primera vez delante de aquella madre desolada, la señora de Freneuse se irguió, se puso encarnada y dijo con repentina vivacidad: Marenval ¿qué significa esto? Jamás ha estado usted tan afirmativo... Hay más; yo acusaba á usted de no participar de nuestra ardiente convicción.

En todas partes el sombrero flamante y reluciente de Patiño se agitaba en el aire declarando la ardiente y respetuosa pasión de su dueño. Estrechaba después el cerco intimando en la casa, trayendo confites a los niños, comprándoles juguetes y libros de estampas, llevándoles alguna vez a almorzar. Se hacía querer de los criados con regalos oportunos.

Absurdo era esto, pero era posible; era su oración cotidiana hacía doce años, su plegaria más ardiente, su súplica más repetida, y ¡Dios era tan bueno, tan grande, tan Padre!...

La pasión del juego, que dormía en él desde muchos años, se despertó más ardiente que nunca; pero jugó a lo pícaro, alrededor de esos tapetes sospechosos que la policía barre de cuando en cuando.

Desde aquella noche el P. Gil no soñó con otra cosa. La fiebre del apostolado le encendió de tal modo que no dejó rincón vacío en su cerebro para otro pensamiento. Dentro de él entablose una lucha sorda entre el deseo vivo y ardiente de ennoblecer su vida con la conquista de un enemigo encarnizado de la Iglesia, y el miedo desapoderado, loco, que sin saber por qué le inspiraba.

A reducir á estos bárbaros á vida política y cristiana, encaminaron sus designios, desde los principios del siglo pasado, los apostólicos Padres Manuel de Ortega, Martín del Campo, Diego Martínez, y sucesivamente otros; pero por más industrias de que se valió su ardiente celo, jamás pudieron ablandar la dureza de corazones tan obstinados, ni domesticar la ferocidad de ánimos tan salvajes, causa porque los abandonaron, como tierra en que se ha derramado inútilmente el grano Evangélico, para emplear sus fatigas en país que correspondiese á su cultura, con fruto más digno de sus trabajos; hasta que el año de 1686, habiendo ido dos Misioneros de esta provincia á ejercitar los ministerios de nuestra Apostólica Vocación á Tierra de Tarija, hicieron eco en aquellos desiertos las maravillas que obraba la divina palabra en las costumbres bien rotas y perdidas de aquella tierra.

Al fin había encontrado aquel amor infinito, necesidad ardiente de mi alma. Al fin Dios me dejaba ver el ángel de fuego que debía ser paz y mi gloria sobre la tierra. Amparo me amaba. Yo era el hombre más rico de la tierra; todo lo que había ansiado lo tenía. Los que no hayáis amado con toda vuestra alma y sin esperanza, no podéis comprender lo que acabo de deciros.

El gitano miró fijamente a Bentek, e hizo un gesto que el viejo negro comprendió en toda su expresión, porque en dos saltos desapareció. , hijo mío, bebamos en este momento; porque, Blasillo, eres como el joven y ardiente savo que, como no distingue el grito inofensivo del alción del grito de guerra de la gaviota, afila sus uñas y su pico para sostener un combate imaginario. ¡Cómo!...

Procuramos, en nuestros paseos por la plaza de un pequeño pueblo valenciano, no salirnos de las islas de sombra que trazan los plátanos sobre la tierra rojiza y ardiente. Silencio de sueño, calma profunda de siesta veraniega.

Palabra del Dia

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