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¿Quién no la ha oído, y quién no la ha admirado en este último caso, cuando habla con el novio desde alto balcón, en el estío, á la hora de la siesta, advertida de que la está oyendo toda la vecindad detrás de las cortinas de cien salas bajas? ¡Qué disimulo en las frases! ¡Qué insistencia en unos mismos símiles hasta apurar el concepto! ¡Qué dos conversaciones en una sola, la una aparente y pública, la otra de imaginación á imaginación! ¡Cuán lógica y chispeante la primera, en medio de su fatuidad! ¡Cuán grave y apasionada la segunda! ¡Cómo brilla el ingenio en lo que dice! ¡Cómo relampaguea la pasión en lo que quiere decir! ¡Y qué energía de pensamiento, qué riqueza de fantasía para prolongar indefinidamente un exacto paralelismo entre la imagen y la idea, entre el apólogo y la realidad, entre la fábula y la historia!

La dama le hacía mil preguntas, y él le contestaba procurando ser lo más cortés que el hambre le permitiera. Las preguntas eran de esta clase: ¿Creyó usted que no almorzaría hoy? ¡Ah, señora! no.... Porque yo no me olvidaba de que usted estaba sin comer. Yo le doy á usted las gracias. Pero usted no se lo figuraba decía Paulita, ansiosa de apurar aquella cuestión hasta el fin.

Ni sería incurrir en una inconsistencia demasiado grande, si supusiéramos que Ester experimentaba cierto sentimiento de pesar en aquellos instantes mismos en que estaba á punto de verse libre del dolor, que puede decirse se había encarnado profundamente en su sér. ¿No habría quizás en ella un deseo irresistible de apurar por última vez, y á grandes tragos, la copa del amargo absintio y acíbar que había estado bebiendo durante casi todos los años de su juventud?

En este punto creyó oportuno Torquemada intervenir, con esperanza de que sus discretas razones enderezaran el torcido intellectus del desdichado joven. «Mire usted, amigo Maximiliano, yo creo que todo lo que debemos saber sobre eso, ya nos lo han enseñado. Y lo que no, más vale que no lo sepamos... porque el mucho apurar las cosas le quita a uno la fe.

Sin embargo, trató de apurar todos los recursos de su ingenio para dominarle. ¡Estábamos tan bien en nuestra casa de Pamplona!... dijo con pena . Nada faltaba allí. Pero sobraban muchas cosas. ¿Qué? ¡Tus beneficios tus cuidados, tu... !... gritó agrandando la voz a cada palabra . Como me llamo Zumalacárregui, así es verdad que me incomodan tus beneficios. No quiero nada tuyo. Salvador calló.

No me preguntéis nada de eso replicó Mathys . El día de nuestro casamiento lo sabréis todo. Antes no me arrancaréis una palabra. Vos misma reconoceréis que este silencio era una plausible prudencia. Hablemos ahora de asuntos serios. La escena que acaba de producirse entre la condesa y yo, no nos permite esperar largo tiempo. Debemos apurar cuanto se pueda nuestro casamiento.

descargó en la cabeza del perro el trancazo descomunal que reservaba, sin duda, para la poética Ofelia... Luego, como el borracho que, engolosinado con la primera copa, no para ya hasta apurar la botella, comenzó a menudear sobre los lomos del animal una granizada de golpes, una lluvia de palos, como jamás se registró igual en los anales perrunos de la helada península Kamschatka.

Se retiró la insinuante Mariquita y siguió Gabriel sus paseos por el claustro, después de apurar el jarrito de leche que todas las mañanas le subía su hermano. A las ocho salía don Luis, el maestro de capilla, siempre con el manteo terciado teatralmente y el sombrero de teja echado atrás como una aureola sobre su enorme cabeza.

Y empezó Nieves a relatar; y relatando ella punto por punto todo lo ocurrido aquel día memorable, con la más escrupulosa minuciosidad, y aun recargando los trazos y los colores en algunos pasajes, como si intentara grabarlos hondamente en la memoria y en el corazón de su padre; oyendo él absorto, estremeciéndose a menudo, aterrado en ocasiones, descolorido y suspenso siempre; preguntando y repreguntando a veces para apurar la materia, y llevando, por último, ella y él la conversación a los sucesos domésticos que tuvieron origen en el relatado por Nieves, se les fue pasando la mañana hasta la hora de comer; llegó entonces don Claudio Fuertes, y aconteció lo que el lector verá en el siguiente capítulo, que, si no es el último de la presente historia, ha de andar muy cerca de serlo.

Su letra en el sobre; pero portentosa, penosa, como arrancada con esfuerzo. Sentía toda su sangre replegarse en el corazón; leía con el ansia del que quiere apurar de un golpe toda la amargura y saltaba renglones, adivinándolos.