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Actualizado: 24 de mayo de 2025


¿Quién será? Alguno de los muchachos, ¿no te parece, Melchor?... que viene a pasar el día de mañana contigo. ¡No, Lorenzo!... ¿quién va a pensar en eso! ¿Y por qué no?... Porque no... El carruaje había pasado la tranquera y se aproximaba rápidamente al grupo que se había detenido a contemplarlo bajo un árbol, cuando de pronto vieron que el viajero les anticipaba un saludo agitando su sombrero.

Y cuando no le quedaban al pastor toros que soltar y se aproximaba la noche, dos de la cuadrilla cogían el mejor capote de la sociedad, y sosteniéndole por las puntas, iban de tablado en tablado solicitando una gratificación.

Y ella, con aquella facilidad que siempre había tenido para leer sus pensamientos, se aproximaba a él, tierna y sumisa como una víctima, pidiendo el martirio a cambio de un poco de cariño, arrepintiéndose de sus pasadas ligerezas, propias de la inexperiencia, y acariciándolo con el perfume de su aliento, aquel mismo perfume de la carta que, estremeciéndole, envolvía su cerebro en humareda embriagadora.

La forma de la cabeza, la sonrisa, el perfil sobre todo, la nariz corva, la boca hundida, los ojos picarescos, eran trasunto fiel de aquella hermosura un tanto burlona, que con la acentuación de las líneas en la vejez se aproximaba algo a la imagen de Polichinela. La edad iba dando al perfil de Estupiñá un cierto parentesco con el de las cotorras.

Cuando su hija se aproximaba a él para hacerle entrar en la casa o anunciarle que la comida estaba en la mesa, parecía despertar, darse cuenta de lo que le rodeaba, y sus ojos seguían a la muchacha con una mirada severa. ¡Mala mujer! murmuraba. ¡Jembra mardita! Ella, sólo ella, era la culpable de la desgracia que pesaba sobre la familia.

Entre tanto, pasaban los días y se aproximaba el de la boda, que había de ser sin ningún aparato. Don Acisclo y Pepe Güeto, no obstante, habían hecho un corto viaje a Sevilla para comprar regalos a la novia, cada cual según sus facultades. El de D. Acisclo fue magnífico. Consistía en unos pendientes y en un broche de brillantes, que le costaron dos mil duros.

La señora escuchaba al buen hombre sonriendo ligeramente; su doncella aguzaba el oído con el miedo de perder alguna palabra de un idioma comprendido a medias, y sus ojazos de campesina crédula, iban de la imagen al narrador, expresando admiración por tan portentoso milagro. Rafael las había seguido dentro de la ermita, y se aproximaba a la desconocida que afectaba no verle.

¿Qué quieres? ¿qué ocurre? preguntó el marido con extrañeza. ¿Querer?... Bien se lo decían aquellos ojos agrandados por el lápiz de tocador, en los que el instinto femenil ponía el fuego que no lograba dar la pasión: los pasos felinos, de gata enardecida, con que se aproximaba entre el susurro acariciador de sus ropas interiores.

Si yo creyese que se aproximaba la plenitud de los tiempos y que el linaje humano en las vías que sigue, trazado por el mismo Dios, se hallaba cerca del término que deseo y que considero infalible, yo condenaría esas pasiones que te agitan y te atormentan.

Tenga confianza en la suerte... ¡Quién sabe!... Y se alejó riendo, burlona y tentadora a la vez, mientras se aproximaba Maltrana llevando sobre el traje de hilo una capa impermeable. Se detuvo en un espacio de la cubierta bañado por el sol, y allí quedó inmóvil, tembloroso y pálido, gozando con visible deleite del ardor ecuatorial. De aquí no paso dijo . Si quiere usted algo, acérquese.

Palabra del Dia

ancona

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