United States or Botswana ? Vote for the TOP Country of the Week !


Porque... va á ser presentada á la corte, y en la corte puede estar mi madre dijo balbuceando el joven. ¿Y amáis mucho á vuestra madre? dijo llorando la duquesa. ¡Por Dios, señora! ¡por vuestro honor!... vamos á salir á los salones. ¡Ah! exclamó la duquesa. Y deteniéndose de repente, asió la cabeza de don Juan y le besó en la boca. Después apresuró el paso.

Viendo la congoja pintada en su semblante, se apresuró noblemente a hacerle señas para que avanzase, ofreciéndole sitio en el banco que ocupaba.

Creo algunas veces que aun me mecen susurrándome cuentos al oído. El médico sonreía, y Sánchez Morueta se apresuró á añadir: Pero me siento más feliz, más tranquilo que antes. Además, en estas meditaciones hay algo que me impresiona profundamente y que ni ni nadie podéis negar: la Muerte. Nos hacemos viejos, Luis, y ella llega y no valen para ablandarla riquezas ni ruegos.

Ignoraba lo que pudiese significar la palabra tongo; pero por si equivalía a farsa o engaño, se apresuró a decir con toda su autoridad: Esto ha sido un hermoso encuentro, ¿oyen ustedes, jóvenes?... Lo digo yo, que he presenciado muchos actos de igual clase... Y como nada queda por hacer, vámonos a tomar algo.

¿Y qué inconveniente ha de haber? Le diré a usted interrumpió don Cándido, tiene dada ya una comedia de costumbres. Con perdón de usted se apresuró a decir Tomasito, cuando la hice no había leído a Víctor Hugo: ni tenía los conocimientos que tengo en el día... ¡Ay! ya. Pues mi hijo dio esa comedia, y verá usted lo que sucedió a mi entender.

Temerosa de las complicaciones que con esto pudieran sobrevenir, la esposa del maestrante se apresuró a meterla en la cama. Tardó poco la pequeña en volver en , pero inmediatamente se declaró una fuerte calentura. Llamose al médico. Encontrola bastante mal.

Y aunque la viera, tía, aunque la viera... Doña Lupe se inquietó un poco oyendo esta frase, dicha con cierto sentido de tenacidad maniática. Pero Maximiliano se apresuró a tranquilizarla con otro argumento: «¿Pero no observa usted lo cuerdo que estoy? Si no me he visto nunca así, ni en mis mejores tiempos... Ya quisieran todos...».

Romadonga se apresuró a levantarse, y con franqueza campechana le puso la mano en el hombro. ¿Cómo va ese valor, amigo D. Ángel? En realidad no necesito preguntarlo. Lleva usted la contestación en la cara. ¿Qué va usted a tomar? Muchas gracias, no tomo nada. ¡Hombre, tendría eso que ver!... ¡Mozo! Unas copitas de manzanilla... Ya sabes, de la especial... ¿Y cómo está Concha? añadió osadamente.

No tardó en presentarse Federico de Tarlein. Me dijo brevemente que el Rey deseaba verme, y juntos cruzamos el puente levadizo y entramos en la que había sido cámara del duque Miguel. El Rey yacía en el lecho, tendido por el médico que nosotros habíamos llevado a Tarlein y que se apresuró a decirme en voz baja que abreviase mi visita. El Rey me tendió la mano y estrechó la mía.

Al escuchar el saludo se tranquilizó de un modo y se inmutó de otro; porque al momento logró reconocer el que tan inopinadamente le cortaba el paso; el cual no era otro que el americano D. Jaime, a quien había saludado no muchos minutos antes cerca de la casa de Rosa. D. Jaime se apresuró a explicar el encuentro.