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Actualizado: 24 de junio de 2025


Del mismo modo que al restregar un fósforo se hace brotar la llama, se diría que aquella figura, con sus persistentes y fantásticos movimientos, le restregó las telas del cerebro, y barriendo de allí las imágenes ridículas, hizo aparecer el cuadro vivo de tristes sucesos a que ella había dado ocasión, cuando no causa, y la no menos viva representación de la deplorable facilidad con que ella, casi sin saber cómo, había abandonado, en un momento de alucinación, los sinceros propósitos y los excelentes planes que le había hecho concebir el Padre García.

Creyó ver aparecer a la señora Miguelina, deseosa, sin duda, de poder hablar a solas con él, pero muy pronto salió de su engaño. Entró en la habitación una joven delgada y de vivos movimientos, la cual traía platos, botellas y manteles y comenzó a poner la mesa, después de lo cual se retiró para volver a poco con la humeante sopera.

¿Un coche á estas horas? exclamó María con sorpresa. Antonio no dijo nada, pero quedó repentinamente serio. El ruido se fué aproximando. Á los pocos momentos vieron aparecer por el extremo de la calle una berlina de punto que pronto cruzó por delante de ellos. Antonio sufrió una fuerte sacudida y dijo con voz alterada: ¿Sabes quién va ahí? ¿Quién? Velázquez. ¡Calla, lioso!

Ana que se dejaba devorar por los ojos grises del seductor y le enseñaba sin pestañear los suyos, dulces y apasionados, no pudo en su exaltación notar el amaneramiento, la falsedad del idealismo copiado de su interlocutor; apenas le oía, hablaba ella sin cesar, creía que lo que estaba diciendo él coincidía con las propias ideas; este espejismo del entusiasmo vidente, que suele aparecer en tales casos, fue lo que valió a don Álvaro aquella noche.

Los carpinteros trabajaban con el martillo, en el techo, durante todo el día, y el ruido no le había estorbado el trabajo en lo más mínimo; pero el abrir de la puerta y el golpear continuo desde el interior, hizo que levantase los ojos. Al aparecer la figura de una niña sucia y andrajosamente vestida, sobresaltose algo su espíritu.

Hasta en la sala del cinema notó la misma ingratitud. Aquella noche sólo había una veintena de personas. El público de este cinematógrafo de barrio estaba ya cansado de las aventuras de la perseguida alsaciana. Todos conocían su historia. La vieja ocupó su asiento con la majestad de un monarca que se hace dar una representación para él solo. Al aparecer su nieto, le habló en voz baja, con dulzura.

Ana vio aparecer debajo del arco de la calle del Pan, que une la plaza de este nombre con la Nueva, la arrogante figura de don Álvaro Mesía, jinete en soberbio caballo blanco, de reluciente piel, crin abundante y ondeada, cuello grueso, poderosa cerviz, cola larga y espesa.

Extrañó, pues, a todos, verle aparecer en tan críticos momentos, abandonando su alto puesto, y recibiéronle con el despreciativo recelo que infunde siempre el enemigo derrotado que se pasa después de la batalla al campo victorioso.

Irían juntas a la calle de Mira el Río, porque Jacinta tenía un interés particular en socorrer a la familia de aquel pasmarote que hace las suscriciones. «Ya le contaré a usted; tenemos que hablar largo». Ambas estuvieron de cuchicheo un buen cuarto de hora, hasta que vieron aparecer a Barbarita. «Hija, por Dios, ve allá. Hace un rato que te está llamando. No te separes de él.

Por todas partes que se mirase era acción innoble el irse sin decirle siquiera una palabra de consuelo; algo que justificase su conducta. Le causaba fuerte pesadumbre aparecer a los ojos de Rosa como un ser odioso, sin entrañas.

Palabra del Dia

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