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Actualizado: 29 de junio de 2025
Como el boticario sólo había visto al magullado Antoñuelo y no sabía bien lo ocurrido, hizo su composición de lugar, y fantaseó y dijo a don Andrés que entre don Paco y Antoñuelo había habido una muy reñida pelea, sin duda por los bellos ojos de Juanita; que la pelea había sido en mitad del campo, durante la noche; que don Paco había quedado ileso y que el pobre Antoñuelo estaba tal que se lo podía comer con cuchara, pero que él, con su ciencia y sus cuidados, le sanaría muy pronto.
Y en el amor de Juanita a don Paco no vio más que el plan de casarse con el hombre más importante que después de él había en la villa. Ambos planes repugnaban extraordinariamente al cacique. Querer salvar a Antoñuelo, aunque Antoñuelo fuese su pariente más o menos lejano, le parecía detestable y absurda aberración.
Luego añadió: Ahora vete con Dios y vuelve por aquí dentro de poco, a las diez y media, para que, en presencia de mi madre y de varios amigos, se celebren con don Paco mis esponsales. Volveré como deseas. Antes de irme te dejaré aquí, para rescate de mi pariente Antoñuelo, a quien tanto o más que tú tengo obligación de proteger, los ocho mil reales que hay que dar al tendero murciano.
Huyó la gente de mí para evitar el contagio, como si yo tuviera la peste. Hasta ese desventurado de Antoñuelo me insultó y me abandonó. Sólo don Paco fue constante en amarme y en respetarme. Pero, repito, ¿qué había yo de hacer?
Su delito le daba horror y no quería volver a verle ni hablarle en la vida; pero le amaba aún con cariño de hermana y presentía que ello acibararía con algo como remordimiento las mayores venturas que pudiera alcanzar sí no evitaba que Antoñuelo fuera procesado, deshonrado públicamente y condenado a presidio.
En la ocasión de que vamos hablando, las feroces burlas de sus camaradas habían transformado a Antoñuelo; su domesticidad y mansedumbre habían desaparecido: ya no era perro, sino lobo.
Los celos siguieron sepultados en el más profundo silencio por los que los causaron y los padecieron: por don Andrés, Juanita y don Paco. Y los delitos de Antoñuelo y los medios que don Paco empleó para remediar unos y frustrar otros hubo interés en callarlos, y se logró que los callaran el tendero y su mujer, únicas personas a quienes interesaba decirlos.
Extraño me parece que una persona de la posición, de la gravedad y de los conocimientos de usted se deleite rebajándose y dando conversación, durante horas enteras, a dos mujeres tan ordinarias y tan poco edificantes como las Juanas; pero más extraño es todavía que no sea la conversación de usted y su tertulia con ellas solas, sino que haya usted tenido casi siempre por contertulio a Antoñuelo, el hijo del herrador, el más pillete y el más zafio de todos los mozos de este lugar. ¡Singular tertulia! ¡Buen par de parejas estaban ustedes!
Señora replicó Antoñuelo , mire usted lo que dice y no se desvergüence conmigo, si no quiere que me olvide yo de que es mujer y le ponga las peras a cuarto o la emplume, como merece. Al oír esto Juana ya no contestó palabra, pero se precipitó sobre el que tan atrozmente la ofendía Juanita se interpuso entre su madre y el mozo, a fin de evitar la lucha.
A que él entrase en relaciones serias con Juanita y conducentes a la buena fin se oponían dos consideraciones: era la primera la excesiva, sospechosa e íntima familiaridad que tenía Juanita con Antoñuelo, el hijo del herrador, y era la segunda la casi seguridad del furioso enojo de doña Inés cuando llegase a saber que él tenía un compromiso serio con Juanita.
Palabra del Dia
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