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Actualizado: 29 de julio de 2025
Seguro ya de que vivía, y por instigación del tendero murciano, que no se aquietaba hasta recobrar, en parte al menos, el dinero robado, don Paco registró a Antoñuelo y le encontró cuatro mil reales, que devolvió a su dueño. Los otros ocho mil se los había llevado el compañero de Antoñuelo, el cual, por director y maestro en el arte, había tomado doble porción de botín.
Si Antoñuelo, que era un perdido, iba allí y trataba con la mayor familiaridad a Juanita, esto consistía en que Antoñuelo se había criado con ella desde la infancia; en que ella le miraba y candorosamente le quería como a un hermano, y en que procuraba evitar que se extravíase y cayese en el precipicio.
Sin embargo, ¿sería esto cálculo o ladino instinto de mujer para cautivarle mejor o para entretenerle con esperanzas vagas? También recordaba don Paco los cuchicheos de Juanita con Antoñuelo y se ponía celoso.
Si el trato de don Paco me agradaba y me divertía, jamás he pensado yo en casarme con él, y aquí viene bien que yo lamente otra locura mía, otra completísima falta de cautela en mi madre y en mí. ¿A qué fin recibir de tertulia todas las noches a don Paco, sola a veces y a veces en compañía de Antoñuelo, lo que casi es peor?
A la luz del candil se llegó don Paco al que estaba boca abajo tendido por el suelo y le puso boca arriba. La carátula se le había caído. Don Paco y don Ramón se quedaron absortos al reconocer a Antoñuelo. Por dicha no había recibido ningún garrotazo en la cabeza; pero estaba derrengado, molido y lleno de contusiones.
Palabra del Dia
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