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Actualizado: 29 de junio de 2025


Juanita tuvo que perder hasta la amistad y el trato de Antoñuelo. Y esto no sólo para no seguir dando pábulo a la maledicencia, sino también porque Antoñuelo estuvo muy tonto y ella se vio en la precisión de despedirle con cajas destempladas y para siempre. Dos días después de haber predicado el padre Anselmo su famoso sermón, Antoñuelo volvió de sus correrías.

A esta penosa agitación de Juanita se contraponía en su alma otra agitación dulcísima, otro sentir, en vez de aflictivo, delicioso y beatificante, que aumentaba y enardecía su amor al saberlo tan bien pagado, y que lisonjeaba su orgullo. A pesar del dolor y del sobresalto que la conducta criminal de Antoñuelo y sus consecuencias le causaban, Juanita se juzgó venturosa, y sin duda lo era.

Y tu madre es peor que . La última frase la decía Antoñuelo para desafiar también la cólera de Juana, que entraba en la sala de vuelta de la cocina. ¡Ay niña, niña! dijo Juana . ¡Qué paciencia la tuya! ¿Por qué aguantas los insultos de este animal de bellota, las coces de este mulo resabiado?

Don Paco, procurando y logrando no llamar la atención, dejó a Antoñuelo a la puerta del herrador, su padre. Libre ya don Ramón del poco agradable socio de montura, se despidió de don Paco con nuevas y fervorosas manifestaciones de gratitud y se largó a su casa. Don Paco se fue a reposar a la suya.

Venía él con el entrecejo fruncido y con marcadas señales en toda la cara de muy terrible enojo. Apenas se saludaron él y ella, Antoñuelo dijo: Vengo a quejarme de ti, a decirte que me has engañado. Por culpa tuya he estado haciendo el tonto, y no quiero hacerlo más. Pues, hijo mío dijo ella riendo , yo no cómo te las compondrás para no seguir haciendo el tonto.

Juanita zapateaba, donosa o duramente, a cuantos mozos la pretendían, y lo que es Antoñuelo iba ya con menos frecuencia a casa de Juanita. Según en el lugar se sonaba, andaba él muy extraviado, frecuentando las tabernas en harto malas compañías y pasando muchas noches en francachelas y jaranas.

Con egoísmo amoroso, sólo del amor mutuo que don Paco y ella se tenían, había ella hablado con don Paco. Ya en la calle y separada de él, Juanita volvió a pensar en Antoñuelo y a cavilar en un medio de salvarle sin que nadie le diese auxilio y siendo ella su única salvadora.

Los sermones que predicaba don Paco, más que morales conducentes a observar el decoro de Juanita, no se puede decir que fueron predicados en desierto. Poco a poco dejaron de menudear las visitas de Antoñuelo; sus cuchicheos con Juanita se acortaron, y al fin, cuchicheos y visitas vinieron a ser raros. Esto dio ánimo a don Paco.

Después le retrajo más de ir a casa de las dos Juanas el saber que tanto las frecuentaba don Paco. Tal vez supuso el bueno del maestro que Antoñuelo y don Paco bastaban en aquella casa, y que si él iba estaría de non y sería un estorbo.

Confiese usted que ha sido una locura, un disparate, lo que ha estado usted haciendo. No niego yo que la Juanita es guapa, aunque más que de honrada mocita tiene trazas de desaforada marimacho o de desenfrenada potranca. Pecado y vicio sería ir allí solo y como favorecido vencedor; pero ir en competencia con Antoñuelo, francamente, yo no acierto a calificarlo.

Palabra del Dia

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