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Actualizado: 29 de julio de 2025


Antoñuelo era el único galán que aún se complacía en acompañar a Juanita; pero Antoñuelo andaba entonces muy extraviado y se hallaba ausente en una de sus correrías por los lugares cercanos.

Don Paco aparentaba aquietarse al oír tal explicación; pero en realidad no se aquietaba; y mostrando el verdadero interés que el buen nombre de Juanita le inspiraba, insinuaba que, aunque todo fuese moral e inocentísimo, convenía, a fin de evitar el qué dirán, no recibir a Antoñuelo con tanta frecuencia.

De todos modos, más valía así. Mucho hubiera contrariado a Juanita que por sacar la cara por ella hubiera reñido Antoñuelo, resultando tal vez de la riña heridas o mayores desgracias, que hubieran empeorado la situación. Juanita añadió entonces: Bien pensado, hiciste bien en no defenderme. He sido imprudentísima. Los que no me conocen tienen algún fundamento para acusarme.

Antoñuelo sentía agudos dolores; no formulaba palabra alguna, pero lanzaba gemidos lastimeros. Don Paco se apresuró a salir de allí, volviendo cuanto antes al lugar con el libertado y el vencido. La poderosa mula de don Ramón, aparejada aún con muy cómoda y ancha albarda, se hallaba en un corralejo o pequeño cercado contiguo a la casilla.

Bien hubiera querido don Paco, cuando Antoñuelo venía, rodear las cosas de suerte que le obligase a entretener a la madre, hablando o jugando al tute con ella; pero Antoñuelo aseguraba que no sabía jugar al tute y daba a entender que nada tenía que decir a Juana.

Antoñuelo, lejos de la fascinación y del encanto que casi milagrosamente le habían conservado como ser racional, se convertía en un estúpido y en un perdido. A pesar de la ineficacia, por falta de duración, de su poder purificante sobre el alma de Antoñuelo, Juanita le quería, se interesaba por él y sentía halagado su orgullo al dominarle, aunque fuera momentáneamente.

No he leído los libros y papeles que usted lee, y como no le hable de los guisos que mi madre hace o de mis bordados y costuras, no de qué hablar a su merced. Hablame de lo que hablas a Antoñuelo cuando estás con él de palique. Yo no lo que es palique, ni si estoy o no estoy a veces de palique con Antoñuelo. Lo que es que yo no puedo decir a su merced las cosas que a él le digo.

¿Si estaría ella prendada de Antoñuelo, y considerando que como novio no le convenía, pensaría en plantarle y en decidirse al fin por don Paco, como mejor partido y conveniencia? ¿Si titubearía ella entre su propio gusto y lo que su madre, sin duda, le aconsejaba?

El afecto profundo y extraño, como de madre o como de hermana, que Juanita había sentido por Antoñuelo toda su vida, renació entonces con vehemencia en su corazón, olvidándose de los groseros agravios con que la había ofendido aquel mozo.

Sacó don Paco la mula, hizo que montase en ella su dueño y levantando después a Antoñuelo, que apenas se podía mover, y llevándole en peso con alguna dificultad, le plantó a las ancas. El cargó luego con el trabuco y la navaja, trofeos de su victoria, y echando delante la mula y su doble carga se dirigió hacia el lugar.

Palabra del Dia

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