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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Y las gentes felices temblarían de pavor ante las caras amenazantes, las vestiduras miserables, las miradas de famélico estrabismo, los anhelos locos y criminales de destrucción. ¿Dónde se habían ocultado hasta entonces aquellos monstruos? ¿De qué antro surgían?... Y bien, gentes dichosas, habéis vivido con ellos sin saberlo.

Hasta entonces los desdenes de Soledad y las humillaciones que le hacía experimentar podían achacarse á su carácter altanero y quizá al deseo de vengarse de las que él le había infligido. Esto las hacía más llevaderas; parecían un castigo justo. Á veces él mismo, acometido de anhelos de adoración, las provocaba, hallando en ellas dulzura exquisita, como los ascetas en sus penitencias.

Sacaron á Celso de su cepo, le curaron con sal y vinagre algunos arañazos y cuando le hubieron enviado á la cama y vieron sosegada á la abuela se volvieron á casa. Martinán el filósofo. Los anhelos del sobrino de D. Félix caminaban con paso rápido hacia su realización. El valle de Laviana se trasformaba.

En cuanto satisficiese, uniéndose a Araceli, los vivos anhelos de su corazón engordaría hasta ponerse como una bola. Esta era la profecía que había encontrado más eco en la familia de Escudero y de todos sus allegados.

No es fácil decirlo. Seguía tan enamorada de su marido como el primer día de casada; pero Tristán no había respondido a sus anhelos de dicha y amor. No es que se mostrase con ella despegado; al contrario, ordinariamente más que marido era un amante fogoso y rendido, pero las desigualdades y suspicacias de su genio la hacían sufrir bastante. No había instante seguro con él.

Y todos estos dolores, todos estos anhelos, estos suspiros, estos sollozos, estos gestos de resignación van formando en los sombríos pueblos, sin agua, sin árboles, sin fácil acceso, un ambiente de postración, de fatiga ingénita, de renunciamiento heredado a la vida fuerte, batalladora y fecunda.

Logró, como él, amar lo inexplicable, lo absurdo, porque esto satisface mejor los anhelos de un alma enamorada. Pero aunque la mujer no había sido para él jamás un peligro, guardaba en el fondo de su ser hacia ella ese rencoroso desprecio que caracteriza a todos los místicos, no por la influencia que sobre ellos puede ejercer, sino por la funesta que despliega sobre otras pobres almas.

Le había dicho, con unas palabras muy elocuentes, que ella no podía repetir al pie de la letra, algo parecido a esto: «Hija mía, ni aquellos anhelos de usted, buscando a Dios antes de conocerle, eran acendrada piedad, ni los desdenes con que después fueron maltratados tuvieron pizca de prudencia». Pizca había dicho, estaba ella segura.

Portugal, Egipto, el Cabo de Buena Esperanza, los Santos Lugares, Sumatra, Grecia, Méjico, Laponia....., ¡qué yo cuántas regiones pensaba visitar y había ya estudiado en mapas y libros!..... ¡Qué yo cuántas curiosidades se me han quedado sin satisfacer y cuántos anhelos sin cumplir, para otra vez que vuelva á este planeta, aunque ello sea el propio día del Juicio Final!..... Baste saber que, entre mis planes juveniles, entraba escribir una novela, ó más bien cuatro novelas en una, con el título de Los cuatro puntos cardinales, cuyos estudios para la parte del Norte dieron origen á El Final de Norma, Los ojos negros, Un año en Spitzberg y otros escritos míos que tienen por teatro los hielos boreales.

Se abrió la puerta de la alquería, que estaba entornada, marcándose en su rectángulo de luz rojiza la silueta de Pep. ¡Avant els hómens! dijo como un patriarca que comprende los anhelos de la juventud y ríe bondadosamente de ellos. Y los hombres entraron uno tras otro, saludando al siñó Pep y los suyos, ocupando los bancos y sillas de la cocina como niños que llegan a la escuela.

Palabra del Dia

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