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Cristeta, comprendiendo que había llegado uno de los momentos más amargos y difíciles de su empresa, hizo un esfuerzo, y arqueando con gesto de desesperación los labios, alterada y sombría la voz, dijo, llenando de pesar a Juan: No nos hagamos ilusiones... Me despreciarías, y harías bien... Esto es un sueño... Me estás volviendo loca, ¡pobre de !... Perdóname... Imposible. ¡Adiós!

¡Cuántas reflexiones, cuán amargos sentimientos invadían sus almas! Así que pasaron unos instantes, la anciana, sobreponiéndose a los terribles pensamientos que la embargaban, dijo gravemente: ¿Ve usted, Juan Claudio, como Yégof no estaba equivocado? Sin duda, sin duda, no estaba equivocado respondió Hullin ; pero ¿qué prueba eso?

Gracias a su carácter bondadoso, alegre y simpático, más que a su aplicación, terminó el joven marqués de Peñalta la carrera. En el colegio todo el mundo le quería, lo mismo alumnos que profesores. Era uno de esos muchachos francos y entrañables con los cuales es difícil reñir, y que todos buscamos para depositar alguna misteriosa confidencia del corazón en los amargos trances de la vida.

Las mujeres le rodearon, llorando todas al verle herido; él dijo algunas palabras, volvieron los suyos, y entre cuatro le llevaron á su casa. Antes de llegar á ella ya estaba muerto. Reinaba en el pueblo la consternación, porque habían perecido muchos hijos y muchos maridos; las madres y las esposas gritaban por las calles con amargos y dolorosos lamentos.

Por fin me fuera de la ciudad, al principio de aquel camino por donde pasé diez años antes acongojado y lloroso, una fría mañana del mes de Enero. Recordé aquellos días amargos en que por primera vez me alejé de los míos, niño tímido y medroso, en quien cifraban sus tías las más risueñas esperanzas. ¡Cuán distinto me pareció el camino!

Y haciendo un puchero, miró a través de sus lágrimas tan ansiosa y miserablemente a doña Guiomar, que ésta, no embargante los amargos cuidados en que estaba, sintió por él lástima. Fuese el familiar, y doña Guiomar quedose toda confusiones, toda temores, toda celos, toda amargura.

Quintanar ronca; yo escribo.... Pie atrás. Esto no iba bien. Había algo de ironía; la ironía siempre tiene algo de bilis.... Los amargos abren el apetito... pero más vale tenerlo sin necesitarlos. A otra cosa. Llueve todavía. No importa. Todo el diluvio no me arrancaría hoy un gesto de impaciencia. La ventana está cerrada, los regueros del agua resbalando por el cristal me borran el paisaje.

Llama entonces al hijo más joven en los mismos términos que dice el romance; estréchale la mano, y la suelta prorrumpiendo en amargos sarcasmos al oir sus lamentos: lo mismo hace con el otro hijo.

Y el joven, en un estado de inanición extraordinario, apoyose contra el primer árbol que encontró delante. El corazón de Melisa se enterneció. En los días amargos de su vida de gitana, había conocido la sensación que él tan mañosamente fingía.

Amargos y muy amargos le parecieron también a Leto aquellos recuerdos que él quería borrar de su memoria, y por ello pidió a Nieves, hasta por caridad, que hablara de cosas más risueñas.